En ese preciso instante, el celular de Ariana sonó.
Bajó la vista y vio que era Liam quien la llamaba.
Seguramente, al ver que no respondía a su mensaje, Liam se había preocupado y había decidido llamarla.
Ariana contestó rápidamente y dijo a toda velocidad:
—Estoy un poco ocupada ahora, te llamo más tarde.
Dicho esto, colgó antes de que Liam pudiera responder.
—¿Quién era? —preguntó Esteban.
—¿Y a ti qué te importa? —le espetó Ariana, lanzándole una mirada de fastidio.
—… —Esteban se quedó sin palabras por un momento.
—Solo quiero ayudarte —dijo el hombre a continuación.
Ariana no le hizo caso, actuando como si no existiera.
Estar en el mismo ascensor con ese hombre la hacía sentir una asfixia insoportable.
Por suerte, gracias a un tiempo de tratamiento con medicamentos y terapia, ya no sentía náuseas con tanta facilidad.
De lo contrario, en ese momento probablemente estaría vomitando hasta la bilis.
Al percibir el desprecio de la mujer, Esteban sintió una profunda frustración.
No había nada más tortuoso en el mundo que tenerla tan cerca y no poder tocarla, no poder hablarle.
Como nadie hablaba, el ascensor se sumió rápidamente en el silencio.
Los ojos gélidos de Esteban se posaron en el perfil de Ariana, recorriendo cada centímetro de sus facciones con avidez.
Aunque ella lo ignorara, poder mirarla así, aunque fuera solo por un momento, era suficiente.
Poco a poco, la frustración en su corazón comenzó a disiparse.
«Así que esto es lo que se siente al enamorarse de alguien».
«¿Cuándo volverá a mirarme Ariana?».
Ariana sintió la mirada cada vez más intensa del hombre y se le erizó el vello de la nuca.
«¡Aguanta un poco más, por encontrar a papá!».
Se repetía Ariana a sí misma sin cesar.
Aquel minuto y pico, tan breve y a la vez tan largo, finalmente terminó con el sonido de un “Ding Dong”.
Así que era muy posible que ese hombre estuviera también en la suite en ese momento.
Ariana avanzó con pasos ligeros pero rápidos.
Solo tenía que cruzar la sala de estar para llegar al dormitorio de la suite.
Cuando Ariana vio a su padre, completamente vestido, yaciendo inmóvil en la gran cama de la suite presidencial, su rostro se puso pálido al instante.
Se acercó a toda prisa, con el corazón desbocado.
Primero, comprobó si su padre respiraba.
Por suerte, su respiración era estable.
Pero Ariana todavía no podía relajarse. Rápidamente, sacó su celular y llamó a una ambulancia.
Calculando el tiempo, desde las seis de la tarde hasta casi las doce de la noche, su padre llevaba más de cinco horas inconsciente.
Tenía que llevarlo al hospital lo antes posible para que lo examinaran; solo entonces podría quedarse tranquila.
Fuera de la suite, Esteban escuchó vagamente a Ariana llamar a una ambulancia y, sin poder contenerse más, entró.
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