—Esteban, ¿no será que esa chica te puso un rastreador o qué? ¿Por qué siempre te la topas en todos lados?
José Manuel miró a Ariana que salía del baño del restaurante, con una sonrisa burlona dibujada en el rostro.
Esteban solo cruzó mirada con Ariana de lejos, luego apartó la vista y respondió en tono tranquilo:
—Si vamos por orden de llegada, el que tendría que poner un rastreador eres tú.
Los ojos de José Manuel, grandes y llamativos, se abrieron como platos.
—¿Ahora la defiendes? Esto sí que es insólito, seguro el sol salió por el oeste.
—Solo digo las cosas como son —replicó Esteban, avanzando hacia el interior del restaurante.
Había reservado un espacio en el segundo piso, en uno de los salones privados con ventanal de piso a techo. Desde ahí se podía ver la calle y toda la vida bulliciosa del centro.
El baño de la planta baja quedaba justo al lado de las escaleras que subían al segundo piso, así que cuando Ariana salió, para volver a su mesa debía cruzarse de frente con Esteban y José Manuel.
Por fortuna, el pasillo era tan amplio que no hubo necesidad de apartarse. Los tres pudieron pasar perfectamente, cada quien por su lado.
Ariana, al pasar junto a ellos, ni siquiera los volteó a ver, como si fueran invisibles.
Esteban tampoco la miró. Los dos se cruzaron como simples desconocidos; ni un roce de mirada, ni una palabra.
Al subir las escaleras, José Manuel no pudo evitar detenerse y voltear, curioso por saber con quién estaba Ariana.
Ese restaurante con estrella Michelin no era nada barato. Solo de ver la decoración y el ambiente, uno sabía que ahí no iba cualquiera.
Por supuesto, en la mente de José Manuel, Ariana no era una persona común. Una mujer cualquiera no podría ser la señora Ferreira.
Y mucho menos podría moverse entre tantos hombres y salir tan tranquila de todo, sin que se le moviera ni un pelo.
Tres o cuatro años sin verla, y parecía que ahora era aún más hábil.
José Manuel alcanzó a ver cuando Ariana llegó a su mesa. No había nadie enfrente de ella.
Quizá la persona con la que se reuniría todavía no llegaba.
—¿Vas a quedarte ahí parado o qué? —le soltó Esteban, que al ver que no lo seguía, frunció el ceño.
José Manuel disimuló con una sonrisa y dijo:
—Relájate, no hay ningún galán a la vista. Vamos.
Esteban no respondió.
Por alguna razón, sentía que José Manuel estaba demasiado pendiente de Ariana. Más incluso que él... No, él ni caso le hacía.
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