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El Arte de la Venganza Femenina romance Capítulo 77

Ariana acababa de subir al carro, lista para regresar a casa. Al mismo tiempo, en Villas del Mirador, Esteban también acababa de subirse al suyo.

Apoyó la mano sobre el volante y, de reojo, volvió a mirar la caja finamente envuelta que reposaba en el asiento del copiloto. Sus ojos destilaban una distancia helada, tan impasible que cualquiera habría sentido un escalofrío.

Sí, al irse de la casa, se había llevado consigo el regalo que alguna vez le dio a Ariana como recuerdo de su primer encuentro.

Ella quería vender la casa, pero había dejado ese objeto ahí. Sin duda, ya no le importaba.

Esteban todavía tenía presente la expresión de Ariana cuando le entregó ese regalo: sorprendida, como si no creyera merecerlo, con esa torpeza encantadora que lo había hecho sonreír.

Ahora, en cambio, lo había dejado atrás como si fuera basura.

—Vaya, qué mujer más cambiante —murmuró, con una sonrisa desdeñosa.

Desvió la mirada y sacó su celular, marcando un número.

La llamada fue respondida al instante, con una voz respetuosa:

—¿Presidente Ferreira, en qué puedo servirle?

—Necesito que investigues a alguien.

—Dígame el nombre, presidente Ferreira.

—Stella. Es una escritora de novelas de ciencia ficción. Quiero toda la información posible, hasta el más mínimo detalle. Me lo entregas en una semana.

—Entendido.

Tras recibir el encargo, la llamada terminó.

Esteban dejó el celular a un lado y volvió a fijar la vista en la caja.

Ese era el único regalo que le había dado a esa mujer. Ahora que había regresado a sus manos, era una señal clara: lo que hubo entre ellos debía terminar aquí.

Sin más, encendió el motor y se alejó, dejando atrás cualquier atisbo de nostalgia.

...

Pero Lucrecia no lo dejó terminar. Con una sonrisa, lo interrumpió:

—En realidad, yo también quería buscar un momento para visitar a los abuelos Ferreira. Tú solo me ayudaste a cumplir ese deseo antes de tiempo. Gracias, Chema.

Al verla tan tranquila y de buen humor, José Manuel se sintió aliviado. Era como si nada la hubiera afectado.

—Pero Esteban, ¡qué bárbaro! ¿Qué clase de compromiso puede tener que ni siquiera puede cenar en casa? —comentó José Manuel, cambiando hábilmente de tema y aprovechando para quejarse un poco de su amigo.

Lucrecia soltó una ligera risa.

—¿No es siempre igual? Para él solo existe el trabajo. Aunque, a decir verdad, no está tan mal. Si yo tuviera esa determinación, también me entregaría por completo a mi carrera.

José Manuel negó con la cabeza, divertido.

—Por favor, tú y Esteban son tal para cual. ¿Por qué lo admiras tanto, si tú eres igual de dedicada?

—¿De verdad crees que somos iguales? —Lucrecia lo miró de reojo, con una chispa de picardía en los ojos—. ¿Tú piensas que Esteban y yo somos del mismo tipo?

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