—No voy a salir contigo, ¡hazte a un lado! —Ariana aún tenía la mano apretada sobre la perilla de la puerta, los nudillos blancos por la tensión, el ceño serio y la voz cortante—. ¡Aléjate de mí!
Tuvo que esforzarse mucho para no retroceder. Si retrocedía, perdería toda autoridad.
Pero, ¿acaso este tipo no podía largarse de una vez?
Esteban la miraba con sus ojos serenos, posando la mirada en el rostro de Ariana, teñido de enojo.
Las últimas veces que la había visto, siempre estaba así: toda a la defensiva, como si se hubiera puesto una armadura de púas, recordándole a un gato erizado listo para pelear.
José Manuel le había dicho que tal vez era una estrategia nueva para llamar su atención, pero Esteban no lo creía. A él le parecía que Ariana de verdad estaba enojada, que no soportaba tenerlo cerca.
Solo había que ver cómo se le tensaban los músculos y cómo lo miraba, llena de desconfianza.
Aun así, se veía bastante bien, con el rostro sano y sonrojado. Eso quería decir que el bebé seguía ahí, porque, en tan poco tiempo, nadie podría recuperarse tan rápido de una interrupción de embarazo. Además, Ángel tampoco había encontrado ningún registro médico reciente.
—No tengo nada en contra del bebé que llevas —dijo el hombre, con voz tranquila—, así que no tienes que ponerte tan nerviosa.
Al instante, su mirada bajó a la pequeña curva en el vientre de Ariana, apenas visible bajo el abrigo azul claro.
Esteban lo tenía claro: Ariana se ponía así porque temía que él pudiera hacerle daño a su hijo.
Ariana, por un segundo, se quedó en blanco.
—¿El bebé que llevo?
Sus ojos se abrieron de par en par.
—¿De verdad crees que esas veces que vomité fue porque estoy embarazada?
Las cejas marcadas de Esteban se arquearon un poco. No dijo nada, pero esa mirada suya era más que suficiente.
De repente, a Ariana se le fue el enojo. Hasta le pareció una pérdida de tiempo burlarse de él.
—Si no quieres que te vomite encima, quítate de la puerta. Tengo que salir.
Su voz sonaba calmada, con la mirada y los gestos fríos, distante.
Pero el hombre ni se inmutó. Seguía bloqueando la salida, como una montaña imposible de mover.
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