—De veras que el señor Ferreira tiene la cara más dura del mundo. Llega sin avisar, se mete a la casa como si nada, ni una pizca de educación le conozco —escupió Ariana, sin poder contenerse, clavándole la mirada desde lejos como si quisiera perforarlo.
Esteban, en vez de molestarse, apenas esbozó una sonrisa ligera en ese rostro que siempre parecía de hielo. Con toda la calma del universo, respondió:
—Me suena tanto esa frase… ¿No fui yo quien la usó antes con alguien? Si tienes tan buena memoria, ¿por qué no me ayudas a recordar?
Ariana sintió que el pecho le ardía. La respiración se le aceleró, y apretó los dientes, furiosa.
Todo era culpa de la Ariana de antes, esa tonta enamorada que solo pensaba con el corazón. Mira nada más, ahí tienes la factura de tanta obsesión.
Cerró los ojos un instante, obligándose a serenarse. Hasta al respirar se le notaba el temblor de la rabia.
—¿A qué viniste? Dilo ya y lárgate de una vez.
Ya no era la primera vez que Esteban veía ese fuego en ella, y parecía haberse acostumbrado a su chispa.
Sin perder la compostura, se acomodó en el sillón de la sala. Desde ahí, mirando a Ariana que seguía en el umbral entre la sala y la entrada, le soltó con una sonrisa apenas dibujada:
—¿Quieres platicar así, de pie? Como gustes.
Cruzó las piernas y fue directo al grano, sin prisas:
—Vi el video ese que grabaron con microdron. La imagen y el audio, de primera. Con esa cercanía, un dron común no lo logra.
El corazón de Ariana dio un salto.
¿Tan rápido adivinó que fue con un microdron y a tan corta distancia?
Seguro fue por el audio, demasiado nítido. Aun así, la gente común no suele fijarse en esos detalles, solo se quedan clavados con el escándalo del video…
Pero Ariana no iba a ceder tan fácil.
—No sé de qué hablas —se defendió, fingiendo desinterés.
—No me digas que no has visto el video que te limpió de la acusación de plagio —replicó Esteban, su voz tan serena como siempre, pero con una mirada que atravesaba cualquier mentira—. Y tampoco me vengas con que no sabes quién lo grabó.
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