El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 193

Ella también tenía que mostrar el porte de una verdadera esposa.

Marisa alzó la mirada; sus ojos brillaban, cubiertos por una neblina húmeda, tan suave y sedosa como la seda misma.

Estiró las manos, posándolas con libertad sobre los hombros de Rubén. Se puso de puntitas y, sin dudar, capturó con precisión los labios delgados de Rubén.

Tenían un leve sabor a menta, fresco y seco.

Pero en cuanto lo besó, esa frescura se transformó en una humedad deseada.

Después de ese beso ligero, Marisa lo miró con ternura, viendo el anhelo en el rostro de Rubén. Imitando lo que había leído en los libros, con una mano empezó a recorrer los músculos definidos de su abdomen.

—¿Te gustaría?

Tres palabras que dejaron a Rubén entre sorprendido y encantado.

¿Acaso ella lo estaba tentando?

Eso no hacía falta.

Con sólo un gesto de su parte, ya lo tenía completamente a su merced.

Rubén asintió, sintiendo cómo el calor de sus dedos lo envolvía.

—Sí, sí quiero.

Marisa, sin titubear, tomó su mano y la guió para desabrochar su propia ropa.

Rubén bajó la mirada y se encontró sosteniendo un fino lazo de tela, tan suave como la seda. Tiró de él con cuidado y la prenda que cubría a Marisa, tan ligera como un copo de nieve, se deslizó por su cuerpo y cayó flotando al suelo.

El corazón de Rubén latía con fuerza, la sangre le hervía y apenas podía controlar su respiración.

—Señora Olmo, me sobreestima. No puedo resistirme a algo así.

Marisa sonrió, sus ojos chispeaban. Se acercó aún más y preguntó en voz baja:

—¿Y te gusta así?

Rubén, con el cuerpo ardiendo, respondió como un perro fiel:

—Me encanta, es lo que más me gusta.

Marisa pensó que todo lo que le había enseñado Sabrina sí funcionaba.

Lo único que Sabrina no le advirtió era si después de todo eso, su cuerpo aguantaría el ritmo.

La noche se extendió, larga y suave.

La luna llena colgaba, redonda y brillante.

Marisa perdió la cuenta de cuántas veces pidió tregua.

Nada funcionó.

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