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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 52

El agua de lluvia resbalaba por su cabello, descendía por sus pómulos y terminaba perdiéndose en la tela blanca de su camisa.

Su mirada seguía cargada de ese desdén propio de quien siempre manda.

—Para empezar, no me importa quién seas, tengo maneras de hacer que te calles. Y segundo, ¿eres Nicolás o acaso…? —Dejó la pregunta en el aire, sin terminarla.

Ese día, el círculo social estaba revuelto. Los rumores crecían como la humedad después de la tormenta: decían que Samuel no había muerto, que en realidad el fallecido era Nicolás. Sonaba absurdo, pero hasta los chismes más locos tienen su raíz en algo.

Rubén entrecerró los ojos, escaneando al hombre ante él. Conociendo a Samuel como lo conocía, estaba casi seguro, un noventa y nueve por ciento, de que ese era Samuel.

Nicolás jamás habría causado semejante alboroto en una noche de tormenta como esa. Y mucho menos se preocuparía por saber con quién se casaría Marisa.

Al pensarlo, Rubén no pudo evitar que un gesto de inquietud se le marcara en el ceño. Una tensión sutil, pero imposible de ignorar, le recorría el pecho.

Quizá la oscuridad de la noche le daba a Samuel una falsa seguridad sobre su identidad, o tal vez, al estar solo frente a Rubén, sentía que no tenía nada que perder. Por eso, se permitió sonreír con confianza.

—Soy el hombre que más le importa a Marisa. Ahora mismo no tengo cabeza para discutir contigo. Vine a ver a Marisa, no a ti. ¿Dónde está? ¿Dónde la tienes escondida?

El hombre que más le importa a Marisa.

Esas palabras le cayeron a Rubén como una puñalada. Y esa actitud altiva y descarada de Samuel solo hacía que la herida ardiera más.

Samuel ya se había plantado como el ganador, como si solo tuviera que confesarle la verdad a Marisa para que ella dejara todo y se fuera con él.

Un trueno partió el cielo, iluminando brevemente la cara de Rubén y mostrando la sombra de la decepción en sus facciones.

Pero apenas se apagó el eco, Rubén ya había recuperado su compostura de siempre.

—Lo dejó claro: no quiere verte. Si te atreves a molestar de nuevo a la señora Páez, te aseguro que la próxima vez vas a llegar caminando normal y te vas a ir usando bastón.

Sin esperar respuesta, Rubén se giró y se alejó hacia la otra parte de la casa.

Samuel reaccionó rápido y lo sujetó del brazo, pero la familia Olmo tenía guardaespaldas aún más rápidos que Samuel. Al instante, dos de ellos salieron de la oscuridad y lo inmovilizaron.

Era Rubén.

Rebuscaba sigilosamente en el armario de la habitación.

Marisa se incorporó y encendió la luz, todavía adormilada.

—Señor Olmo, ¿qué está buscando? ¿Por qué no enciende la luz para buscar?

Al tener más claridad, Marisa se quedó boquiabierta.

Rubén estaba empapado, la camisa blanca pegada a su cuerpo marcaba hasta el último detalle de su torso atlético.

Los músculos de su abdomen y esa línea que bajaba por su cintura...

Solo le bastó una mirada para que el corazón de Marisa se desbocara.

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