La alegría era evidente en la pareja, se abrazaron sintiéndose aliviados, las buenas noticias los hizo sentir optimistas, tenían la sensación que mientras estuvieran los cuatro juntos, no había nada que temer.
Lágrimas de felicidad se deslizaron por las mejillas de Salomé, sin soltar a Grecia con fuerza. El alivio y la alegría invadieron el corazón de ambos padres al confirmar que aunque las pequeñas habían sido intercambiadas, la vida les dio la oportunidad de encontrarlas y eso por sí solo era un milagro, pudo ser diferente y con un final no muy feliz.
Conrado estaba también conmovido, agradecía a la vida que la mujer con quien se estaba criando su hija fuera una mujer amorosa, porque era evidente cuán estrecha era la relación entre los dos, estaba seguro de que Fabiana no podía tener una mejor madre que ella.
Ese mismo pensamiento tuvo Salomé, sabía que Grecia amaba profundamente al hombre, porque él le había demostrado cariño, tanto que aun cuando supo que no era su hija biológica, no la abandonó.
El médico sonrió ante la escena y continuó hablando.
—Estoy feliz de poder compartir esta noticia con ustedes. Es una gran bendición ver cómo Grecia se recupera y saber que tiene a su familia a su lado. Es un milagro que todo haya salido bien. Voy a preparar todo para darla de alta en unas horas.
—Gracias, doctor, por todo lo que está haciendo por Grecia, jamás tendré cómo pagárselo.
Salomé y Conrado agradecieron al médico por su dedicación y cuidado, sabiendo que su trabajo había sido fundamental para la recuperación de la niña.
Mientras disfrutaban del momento de felicidad, Fabiana, la pequeña hermana de Grecia, observaba con curiosidad y una sonrisa en su rostro. Aunque también era demasiado pequeña para entender completamente la situación, podía sentir la alegría y el amor en el ambiente.
Conrado se acercó a Fabiana y la levantó en brazos, lanzándola un par de veces hacia arriba mientras la niña se carcajeaba complacida.
—Y tú, mi princesita, eres nuestra otra joya preciosa. Estamos aquí para ti también, siempre y te amaremos con todo nuestro corazón —le dijo el hombre con dulzura.
Luego Salomé y Conrado se miraron el uno al otro, se veían enamorados, era innegable la química que había entre ellos.
—Señora Salomé, la dejaré con sus dos hijas mientras yo tengo algo importante que hacer —dijo Conrado con seriedad despertando la curiosidad en Salomé—, por favor espérenme aquí, te mandé a buscar a Cleo para que te ayude con las niñas, mientras dure mi ausencia. Solo no te muevas.
—¿De qué se trata? ¿Dónde vas? —interrogó ella con un poco de preocupación.
—Lo lamento, pero no puedo decirte nada, además, dicen que la curiosidad mató al gato —dijo en tono divertido.
—Sí, pero el pobre animal no murió en la ignorancia, sino sabiendo —respondió ella en el mismo tono.
—No mi curiosita, te prometo que pronto lo sabrás —pronunció dándole un beso suave en la nariz y salió de allí corriendo como si estuviera siendo perseguido.
Tal como lo prometió apareció Cleo, pero la curiosidad de Salomé era mucha.
—Cleo, ¿Usted sabe qué fue hacer Conrado? —interrogó ella.
Y Cleo sonrió haciendo un gesto con su mano en la boca, como si estuviera cerrando una cremallera.
—Lo siento, señora, pero mis labios están sellados.
Salomé suspiró resignada, sabía que no conseguiría sacar ninguna información de Cleo, ella era muy fiel a Conrado, sin embargo, como la vio preocupada, le respondió con tranquilidad.
—Le prometo que va a gustarle lo que el señor Conrado hará por usted —dijo la mujer en tono divertido.
—¿Qué será? ¿Nos va a comprar una casa? ¿Nos llevará a comer? —pero por más intentos de persuadir a Cleo esta negó y de su boca no salió ni una sola palabra, ni siquiera una pista para que ella pudiera seguir.
Pero la curiosidad seguía latente en la mente de la mujer.
Las horas fueron pasando, mientras Salomé se ponía ansiosa, caminaba un rato con Fabiana y otra con Grecia, solo que cuando alzaba a esta última la primera se enojaba porque se ponía celosa.
—¡No! ¡Mi mami es mía ecia! —exclamaba discutiendo con Grecia y luego se colocaba la mano en el rostro y se acostaba a llorar en la cama.
Grecia solo hacía un puchero apretando sus labios a punto de llorar, pero no pronunciaba palabras.
—Fabiana —comenzó a hablar Salomé con ella—, no solo soy tu madre, sino también de Grecia ¿Acaso no quieres a tu hermanita? —le preguntó y la pequeña Fabi se quedó viendo a Grecia.
—Amo a ecia, pelo, ¡Tú eles mía! —insistió malhumorada.
—¡Y también de ella! Puedo cargarlas a las dos por turno, las dos son mi vida, además, no debes pelear con Grecia, ella te presta a su papá y no pelea contigo ¿Cierto?
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