Salomé lo miró muy molesta, no podía creer que él fuera capaz de hacerle eso.
—¿No me vas a responder a la pregunta que te estoy haciendo con eso, pétalos de rosas en el suelo? —inquirió con una sonrisa.
—La verdad es que no sé si responderte o abofetearte ¿Sabes el susto que me has hecho pasar? ¡Casi me infarto Conrado Abad! ¡¿Cómo se te ocurre hacer eso?! ¡¿Crees que eso es romántico?! Esto es demasiado siniestro, si hubiera sufrido del corazón habría caído en el suelo fulminada —pronunció frunciendo el ceño sin ocultar su enojo.
—Es que quería hacer algo muy original, que nunca nadie hubiera hecho, algo especial —comenzó a decir como un niño regañado.
—Pero eso no tiene nada de especial y romántico, creo que tu vena del romanticismo no te atraviesa por ninguna parte de tu cuerpo —lo debatió Salomé.
—¿Entonces no te gustó? —preguntó Conrado con una expresión de tristeza—, ¿Sabes cuántos días llevó pensando en una forma original de pedirte matrimonio, aunque esta vez como correspondía? Cuando me llegó la idea me dije Conrado, la vas a botar de Home Run con esa proposición.
—Si la botaste, pero de Faul, creo que el romanticismo no es lo tuyo —le dijo ella con seriedad.
—¿Eso crees? Debo arreglar esa imagen que tienes de mí y superarme.
Salió corriendo y se subió al muro de la terraza, de donde se podía ver todo hacia abajo y comenzó a gritar como loco.
—¡Amo a Salomé! —gritó y ella abrió los ojos asustada.
—¿Qué haces allí? ¿Te volviste loco? ¡Bájate de allí! Si la gente te ve va a creer que te quieres suicidar —lo reprendió ella preocupada.
Sin embargo, Conrado no le hizo caso, colocó sus dos manos juntas, media empuñadas, una alrededor de la otra, la puso en su boca y comenzó a gritar.
—¡No me quiero suicidar! Solo quiero ser romántico, porque la mujer que amo dice que no lo soy.
Salomé no podía creer lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo podía ser que el mismo hombre que le acababa de hacer una propuesta de matrimonio bastante siniestra, ahora estuviera haciendo un ridículo espectáculo en público? Una sensación de vergüenza ajena se apoderó de ella mientras Conrado seguía berreando sus sentimientos desde lo alto del muro.
A pesar de todos los intentos de Conrado, Salomé todavía estaba molesta. No podía entender cómo alguien pudiera arriesgarse de esa manera, especialmente cuando estaba tratando de pedirle matrimonio.
Conrado podía sentir la tensión en el aire, y decidió que necesitaba hacer algo, su plan b, para demostrarle su amor a Salomé.
—¡¡¡Salomé!!! ¿Te casas conmigo? —gritó.
Ella no pudo evitar sonreírse, nunca se imaginó a Conrado siendo tan alocado, tenía la impresión que estaba tomando, porque de lo contrario no se explicaba su comportamiento cuando por lo regular no haría eso, porque era un hombre serio y correcto.
—¿Estás ebrio que estás comportándote tan extraño? —le preguntó preocupada.
—No, no estoy ebrio, si no enamorado… creo que si te doy esa impresión, fue que fracasé como romántico —declaró sonriente.
Si ella pensó que ese momento no podía ser más extraño, se equivocó cuando vieron acercarse un par de ambulancias, un carro de bomberos, quienes colocaron unos gigantes colchones de rescate, justo debajo de donde estaba Conrado.
—¡¿Qué diablos es eso?!
Su respuesta llegó cuando un oficial de los bomberos comenzó a hablarle por un megáfono pidiéndole que no se suicidara.
Salomé se asomó y no pudo contener la risa, y enseguida unos helicópteros de rescate empezaron a sobrevolar por encima del edificio.
—¿Acaso creen que yo me quiero suicidar?
Ella vio la sonrisa de incredulidad de Conrado y una expresión de sorpresa en su rostro al escuchar la respuesta del oficial de los bomberos y la burla de Salomé.
Ella no podía creer que el intento de Conrado por ser romántico hubiera terminado en un espectáculo público tan ridículo.
De repente, se escuchó un estruendo y el edificio comenzó a temblar. Los helicópteros de rescate volaron cerca de la terraza donde estaba Conrado y este perdió el equilibrio. Salomé trató de alcanzarlo, pero Conrado cayó al vacío, mientras ella cerraba los ojos y pegaba un grito de terror.
Pero enseguida uno de los helicópteros emergió, se elevó al cielo y se soltó una pancarta “¿Te quieres casar conmigo?”
Cuando Salomé levantó la vista, lo vio a él en la puerta de la aeronave con una sonrisa, mientras ella quería matarlo, por haberle dado otro susto de muerte.
Salomé se quedó allí paralizada, mirando la pancarta mientras el helicóptero sobrevolaba el edificio. Estaba tan asombrada por la forma en que Conrado había hecho la propuesta que no pudo evitar soltar una risa nerviosa.
Se cubrió los labios con las manos mientras todas las personas que habían acudido a ver el espectáculo empezaron a aplaudir.
Sin que el helicóptero aterrizara, Conrado saltó en la terraza, saltó y corrió hacia Salomé, se puso de rodillas ante ella y le mostró el anillo, tomó su mano temblorosa, se lo colocó en su dedo anular y le dijo:
—Salomé, sé que esto ha sido una locura y que probablemente te he asustado más de lo que te he hecho feliz, pero quiero que sepas que mi amor por ti es real y profundo, quería hacer algo digno de ti, porque eres la persona más importante en mi vida y no puedo imaginar mi futuro sin ti. ¿Te casarías conmigo?
Salomé estaba abrumada por la situación, pero también podía ver la sinceridad en los ojos de Conrado. Sus sentimientos de enojo y susto comenzaron a disiparse, reemplazados por una mezcla de emoción y amor.
—Conrado Abad, eres el hombre más sorprendente y extravagante que he conocido —dijo con una sonrisa—. Acepto por segunda vez tu propuesta de matrimonio, pero prométeme que nunca más me darás un susto tan grande como los que me has dado hoy, mejor olvídate de ser romántico que no se te da, me vas a venir matando si sigues así.
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