Salomé se levantó temprano, porque no había podido conciliar el sueño, primero porque durante la noche escuchó muchos ruidos, al punto que se tuvo que levantar para cerrar las ventanas para que el lugar quedara insonorizado.
Aún no eran ni las siete de la mañana, caminó silenciosamente, incluso pasó por la habitación de Conrado, y se acercó, pegó la cabeza de la puerta, colocando la oreja con suavidad, para escuchar si se había ido.
Como no escuchaba nada, se acercó más, justo cuando la puerta se abrió repentinamente y ella perdió el equilibrio y trastabilló hasta ser atrapada por los fuertes brazos de Conrado.
—Así que mi futura esposa me está espiando.
—Yo no te estaba espiando, yo venía pasando y… —se quedó callada, cuando se dio cuenta de que las palabras que estaban a punto de pronunciar eran absurdas.
—Entiendo y la puerta se abrió de manera repentina… ¿Por qué no me dices de una vez que me extrañaste y por eso estás aquí desde temprano?
Salomé se quedó callada, observándolo, sin reconocer que lo había extrañado, se dio cuenta de las grandes ojeras en sus ojos, como si no hubiera dormido y sintió compasión por él, pero antes de poder hablar lo hizo él.
—Como no quieres reconocerlo, yo si lo haré… te extrañé muchísimo, ya no puedo vivir sin ti, intenté abrazar la almohada, pero no era tan cómoda como su cuerpo.
Salomé sintió cómo el cuerpo de Conrado la envolvía, y aunque intentó alejarse, un fuerte deseo la invadió. Conrado la miró a los ojos y ella sintió cómo su corazón latía más rápido. Él comenzó a acariciar su cabello, mientras ella cerraba los ojos y se dejaba llevar por el placer.
El corazón de ella latía con fuerza, y no sabía muy bien cómo reaccionar ante esa cercanía con el hombre que amaba y deseaba con todas sus fuerzas.
Conrado la miró fijamente, y ella pudo ver la pasión y el deseo en su mirada. Sin decir una palabra, la tomó por la cintura y la acercó a él. Salomé sintió su cuerpo temblar al contacto con él.
Pero antes de que pudiera darse cuenta, Conrado la estaba besando apasionadamente, sus labios se encontraron en un beso urgente y necesitado. Salomé trató de resistirse, pero sus instintos tomaron el control y se dejaron llevar por la pasión del momento.
Conrado la besó con pasión, buscando sus labios con los suyos. Salomé no pudo resistirse más, se dejó llevar abriendo su boca para recibir el beso de Conrado. Sus lenguas se entrelazaron en un baile sensual, mientras sus manos comenzaron a explorar el cuerpo de ella.
Salomé se sentía como en un sueño, como si nada más existiera en el mundo solo ella y Conrado. Él la tocaba de una manera que la hacía sentir viva y deseada, y le respondía con la misma intensidad.
Mientras continuaban besándose, Conrado la llevó hacia la cama y comenzó a desvestirla con manos ansiosas. Salomé se dejó hacer, sintiendo cómo la excitación la invadía por completo.
Finalmente, cuando ambos estuvieron desnudos, Conrado se colocó encima de ella y comenzó a explorar su cuerpo con las manos y la boca. Salomé gimió sin control, incapaz de resistirse a sus caricias, retorciéndose de placer.
La excitación crecía y crecía, hasta que ambos se encontraron en el borde del éxtasis. Conrado la besó apasionadamente, acariciándola y volviendo a buscar sus labios. Al mismo tiempo que la atraía a su cuerpo deseoso, con un rápido movimiento, se colocó entre sus piernas abriéndolas y penetrándola. Ambos gritaron de placer, mientras el fuego se apoderó de ellos.
La pasión los invadió. Conrado la penetró con fuerza, mientras Salomé se dejaba llevar por el placer y el deseo, y no apartaba sus ojos de él. Se sentía envuelta en una intensa ola de calor que la llevaba a la cima más alta de goce, se entregaron por completo uno a otro.
Conrado la hizo suya en una explosión de deseo, y Salomé gimió en éxtasis en sus brazos. Después de que todo terminó, se quedaron acurrucados juntos, con sus cuerpos sudorosos y sus corazones latiendo a un ritmo acelerado.
Salomé sabía que esto era un error, porque no podía permitirse perdonarlo tan pronto, pero es que apenas él la tocaba, su cuerpo vibraba y ardía como si tuviera vida propia y su cerebro no tuviera nada que decir.
—Te amo —empezó a decir Conrado—, y siento mucho haber discutido contigo, pero no puedo evitar sentir celos… y cuando se trata de ti, no puedo evitarlo. Por cierto, debes tener cuidado con las brujas, están sospechosamente demasiado silenciosas.
—¿Por qué no las echas de una vez por todas, si ya sabemos que ese testamento que leyeron es falso? —preguntó ella sin entender por qué ya Conrado no se deshacía de una vez por todas de ella.
—Porque hasta que no se valide el último testamento no se pueden echar, aunque solo es cuestión de días para hacerlo, no te preocupes, que cuando menos lo esperes estarán fuera de nuestras vidas para siempre —le dio un beso y se levantó de un salto.
—¿Para dónde vas? ¿Por qué tienes tanta prisa? ¿No vas a desayunar? —interrogó frunciendo el ceño con confusión.
—Lo hago luego, es que tengo algo urgente que hacer, espera en unas horas y lo sabrás… —se vistió, la besó de nuevo y salió como si lo estuvieran persiguiendo.
Por fin se levantó, caminó a buscar a sus hijas y no las encontró, cuando bajó estaban siendo atendidas por la niñera y Cristal, cuando esta la vio comenzó a burlarse.
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