Adriana se apresuró a dar una dirección cercana a su casa y quedó en encontrarse con él en media hora.
Se cambió rápido de ropa y se arregló el pelo antes de salir.
Al llegar al lugar acordado, un Maybach negro se detuvo frente a ella.
Al abrirse la puerta, bajó un hombre de largas piernas. Se quitó las gafas de sol y una radiante sonrisa apareció en su rostro.
—¡Hola!
—¡Miguel! —Miró de cerca al hombre y sólo lo reconoció tras una breve pausa.
Miguel parecía ahora una persona completamente diferente. El hombre, que tenía una figura más bien delgada, lucía ahora una larga cabellera. Parecía mucho más amable que antes.
Estos rasgos sólo le hacían parecer aún más atractivo.
Incluso Adriana se sintió un poco insegura al estar frente a él.
—Has perdido algo de peso. Te ves mucho mejor ahora.
—Tch, tch, tch. Te dije hace tiempo que no me describieras así.
Todavía disfrutaba pellizcándola como antes.
—Pero lo digo en serio. Te ves bien.
Adriana se tomó en serio sus propias palabras.
El hombre parecía ahora el protagonista de un cuento. Sus dientes blancos, su piel clara y su rostro en verdad hermoso avergonzaban a muchas chicas, en especial ahora que tenía el cabello largo.
A pesar de llevarlo recogido de forma tan informal, seguía teniendo un aspecto en extremo encantador en plan niño bonito.
—No tan bueno como tú.
Hablando de la misma manera que antes, Miguel la sujetó por el hombro y la ayudó a entrar en el coche.
—Deberías entrar. Los paparazzi están de nuevo a la caza.
La mujer escudriñó la zona con nerviosismo. Parecía que había unas cuantas personas de aspecto sospechoso mirándola.
—Abróchate el cinturón y siéntate bien —le recordó antes de arrancar el motor y alejarse a toda velocidad.
Adriana se aferró al asa de sujeción, respiró hondo y se reclinó en su asiento.
—De acuerdo —Éste redujo la velocidad y le acarició la cabeza con cariño—. Vamos a por una fondue de carne.
A Adriana le encantaba la fondue de carne desde que era joven, pero Héctor nunca la llevaba a comer ninguna porque consideraba que era mala para su digestión.
Se apresuró a apartar la vista, no queriendo que él viera lo miserable que parecía.
Había elegido a Héctor antes que a Miguel, pero la realidad la abofeteaba ahora.
La familia Bonilla siempre había mantenido un perfil bajo, manteniendo sus bienes en el extranjero.
Los padres de Helena y Miguel eran hermanos. La familia de Helena había empezado a afianzarse en Ciudad H hacía sólo diez años, pero poco a poco fueron ganando poder con la ayuda del padre de Miguel.
Los Bonilla estaban ahora a punto de superar a los Ferrera.
Bastaba con decir que los Bonilla eran, en efecto, una familia rica e influyente que ocupaba un lugar firme en el mundo empresarial.
Incluso el poderoso Dante Licano trataba a la familia Bonilla con más respeto que a otras familias.
Por lo tanto, las palabras de Miguel no eran un farol. Si hubiera estado en esa época, el padre de Adriana, Ricardo, no habría tenido que recurrir a esos medios.
Por aquel entonces, a Miguel le gustaba Adriana más que a Héctor, pero la había dejado marchar por respeto a su decisión.
Luego, el hombre abandonó Ciudad H con furia, cortando sus lazos con todo el mundo para que nadie pudiera encontrarlo.
Así fue como la familia Ventura perdió su última gracia salvadora.

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