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El increíble papá de los trillizos romance Capítulo 259

Héctor se sintió abrumado por sus palabras. Se emocionó y le cuestionó:

—¿Por qué lo defiendes? ¿Es en verdad tan bueno en tu corazón?

—Supongo que sí.

Adriana no quería halagar a Dante delante de él. Pero, a juzgar por la situación, Héctor no era rival para Dante.

—Ya no eres la misma. Nunca te comprometerías con nadie por ningún motivo. Pero ahora, lo haces por poder…

Héctor hizo una pausa al no atreverse a decir más. Al pensar en la intimidad entre Adriana y Dante, le dolía mucho el corazón.

—A todo el mundo le gusta un hombre poderoso. A nadie le interesa un hombre inútil.

Adriana dijo eso a propósito para provocarlo. Dante se sintió complacido por sus palabras. La miró con una débil sonrisa.

—Tú…

Héctor no podía creer lo que acababa de escuchar. Estaba perplejo con sus palabras. Nunca pensó que Adriana Ventura, a quien conocía, diría algo así.

—Cuídate.

Adriana no quiso seguir hablando con él. Entonces, se alejó con Dante.

—¡Adriana Ventura! —Héctor gritó a todo pulmón. Era la primera vez que la llamaba por su nombre completo. Adriana se detuvo en seco, esperando a que Héctor terminara su discurso. Habló despacio, articulando cada palabra con fuerza y claridad—: Recordaré cada una de las palabras que dijiste. Espera, me aseguraré de que te arrepientas.

—La actuación que hiciste, no estuvo mal.

Dante jugó con las llaves de su auto mientras se dirigía a él.

—Quise decir cada una de las palabras que dije. —Adriana lo siguió rápido y se explicó—: Te entendí mal. Ahora que lo pienso, siempre te tomas en serio el trabajo. Quizás el proyecto del Grupo Ferrera no era rentable y por eso tú…

—Te equivocas. —Dante la interrumpió a mitad de la frase—. Ningún proyecto que llega al Corporativo Divinus es rentable. Vienen a mí porque puedo hacer que sean rentables para ellos. En realidad, pude haberle dado una oportunidad a los Ferrera. Sin embargo, no me gusta Héctor Ferrera. Quiso presentarse como un caballero, pero trató de ganar una fortuna gracias a mí.

—Su hipocresía me repugna, así que me retracté. Por supuesto, tienes razón en una cosa. Cuando el Grupo Ferrera acudió a mí, yo tenía el derecho absoluto de decidir su destino. Todo dependía de mi estado de ánimo si los salvaba o los dejaba pudrirse. Y el estado de ánimo… —Dante levantó la barbilla de Adriana y mordió sus suaves y rojos labios—. Eso depende de ti —susurró.

El ligero dolor en sus labios le recordó que ella también se había entregado a Dante, por lo que él tenía derecho a decidir su vida y su muerte. Todo dependía de su estado de ánimo. Y su estado de ánimo dependía de la actuación de ella.

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