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El increíble papá de los trillizos romance Capítulo 275

Después de hablar, Lucy le dio una palmadita en el hombro a Adriana.

—Bueno, es solo mi opinión. Deberías pensarlo.

Adriana agachó la cabeza y permaneció en silencio. No entendía por qué en la sociedad actual, que predicaba la igualdad, existía gente que pensaba que podía meterse con los demás solo por tener más poder. «Dante es así y ahora también está Sonia Negrete. Pero supongo que no es una sorpresa. Son harina del mismo costal, después de todo. Son amigos porque se comportan de la misma manera».

—¿Estás bien? —preguntó Fabián en voz baja.

Adriana se limitó a mirarlo directo a los ojos y se marchó con el botiquín sin decir nada. Fabián permaneció congelado en su lugar con una mirada miserable en su rostro. «¿Qué hice para merecer esto?».

Para el almuerzo, Adriana seguía tan enojada que no tenía ganas de comer. Lucy le dio un sándwich y dispuso que trabajara en algunas tareas más ligeras. Dante se marchó por la tarde, no sin antes lanzar una mirada a Adriana al pasar por la recepción. No dijo nada y se dirigió directo al ascensor. Adriana mantuvo la cabeza enterrada en los documentos. «Recuerda, Adriana, ¡no vuelvas a enojarte con ese asqueroso hombre nunca más!».

Cuando el trabajo terminó y Adriana llegó a casa, consiguió mantener sus emociones bajo control.

—¡Ya estoy en casa! —exclamó con una sonrisa.

—¡Mamá!

Los tres niños se abalanzaron sobre ella y saltaron a sus brazos pidiendo abrazos y besos.

—¿Qué te pasó en la mano, mami? —preguntó de inmediato Roberto al notar la mano de Adriana, que estaba envuelta en vendas.

—Oh, me lastimé en el trabajo —respondió Adriana de forma alegre—. Pero no te preocupes. Es solo una pequeña herida.

—¿Por qué te sigues lastimando, mami? ¿Es peligroso el trabajo? —preguntó Patricio con ansiedad.

—Tiene razón, mami. Si es demasiado peligroso, deberías cambiar de trabajo —dijo Diana mientras le dolía el corazón—. No quiero ver cómo te lastimas, mami.

—¿Preparó mi guiso de carne favorito esta noche?

—Sí. Muy bien. Todos ustedes vayan a lavarse las manos, ¡y yo empezaré a servir la cena!

Para Adriana, era una bendición poder pasar todos los días con su familia y hablar de los asuntos triviales de la vida durante las comidas. Estaba muy agradecida por su vida actual y no quería que nadie más la interrumpiera. «Si Dante fuera un hombre normal, tal vez estaría encantado de reunirse con sus hijos. Pero no es un tipo normal».

En un principio, la mujer pensó en contarle la verdad mientras dormían abrazados aquella noche, para que toda la familia se reuniera por fin. Ni siquiera lo que Julia le dijo fue suficiente para hacerla sospechar de Dante. Sin embargo, la llegada de Sonia hoy parecía haber tirado por la ventana hasta la más mínima idea de que los niños se reunieran con su padre.

Por la noche, Adriana se acostó sola en la cama. Contemplando su mano herida y pensando en todo lo que sucedió ese día, una mezcla de emociones se arremolinaba en su interior. Solía pensar que Dante era un hombre volátil y propenso a los cambios de humor. Además, parecía estar involucrado en la muerte de su padre, por lo que no era apto para ser padre.

Pero ahora, Adriana tenía otro problema: había una brecha entre ella y Dante que nunca podría cruzar. No se trataba solo de que sus personalidades chocaran o de los obstáculos que se presentaban en su camino; tenía más que ver con sus diferentes estatus y orígenes familiares. «Yo no soy más que una empleada común y corriente que lucha por la vida, pero él es un hombre poderoso que está muy lejos de mi alcance. Simplemente no estamos destinados a estar juntos».

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