—Buenos días, Señor Licano. —Adriana se acercó a abrirle la puerta a Dante ella misma. Hace tiempo, esta era una acción de la que se burlaba. Dante se bajó del auto y la miró antes de dirigirse directo al ascensor. Mientras tanto, Fabián y los guardaespaldas lo seguían de cerca—. Señor Licano.
Adriana estaba a punto de correr tras él cuando se dio cuenta de que Dante llevaba un auricular inalámbrico y estaba atendiendo una llamada.
—Interroga a Tigre. Puede que lo que haya tirado al mar sea solo la caja. El chip podría no estar dentro. Podría haber escondido el chip en otra parte.
Al escuchar esas palabras, el corazón de Adriana se aceleró. «Oh, Dios, ¡el Diablo logró adivinar lo que pasó! En verdad no se puede jugar con él. Si no le devuelvo el chip lo antes posible, no puedo imaginar lo que pasará después». Justo cuando Adriana estaba sumida en sus pensamientos, Dante ya había entrado en el ascensor. Tocó el chip en su bolsillo mientras pensaba. «¿Cómo voy a encontrar una excusa para ir al piso 68? ¿Cómo podré devolver este chip a Dante sin que se dé cuenta?». Adriana no tenía ninguna oportunidad de ir al piso 68; él no le había pedido que le llevara el desayuno ni que limpiara la piscina. «¿Puedo enviárselo por correo, o puedo enviarle el chip junto con los documentos de otro departamento? Pero el chip es muy importante. No puedo ser tan descuidada. Me meteré en más problemas si lo pierdo».
—Adriana. —La voz de David rompió el hilo de los pensamientos de Adriana—. Es hora de cambiar de turno. Vamos a comer.
—De acuerdo —murmuró Adriana mientras seguía a David hacia la cafetería con un aspecto bastante distraído.
Justo en ese momento, recordó que Dante visitó el piso 27 para comer. «Quizás hoy también esté allí». Sin perder un segundo, arrastró a David hasta la cafetería del piso 27. La repentina aparición de dos guardias de seguridad entre la multitud de oficinistas se veía un poco extraño. David se sentía incómodo de pie en la cafetería. Por otro lado, Adriana estaba mirando alrededor, buscando señales de Dante. Sus antiguos compañeros del departamento de administración intentaban evitarla. Ninguno se acercó a platicar con ella. En ese momento, la decepción llenó el corazón de Adriana. No entendía por qué la trataban así.
—¡Adriana! —Justo en ese momento, una voz llegó a sus oídos, y Adriana levantó la cabeza para ver a Yolanda acercándose con una charola—. ¿Puedo sentarme aquí?
—Por supuesto. Por favor, siéntate.
Adriana se apresuró a hacerle un espacio. Después de que Yolanda se sentó junto a Adriana, le entregó un paquete de yogur.
—He traído uno para ti.
—Gracias.
Adriana se sintió muy conmovida por su gesto.
—No hay problema. Eras amable conmigo cuando estabas en el departamento de administración —respondió Yolanda con una sonrisa—. ¿Cómo estás ahora, Adriana? ¿Estás acostumbrada a tu trabajo en el departamento de seguridad?
—No está mal. Mis compañeros son amables conmigo. —Adriana le presentó entonces a David—. Él es David. Estamos en el mismo turno.
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