Dante no supo qué decir.
—Oh no… ¿qué haré ahora? —dijo Adriana, presa del pánico—. ¿Vendrá en medio de la noche?
—¿Quién sabe? —dijo Dante con una risita.
—¡Oye! ¿No puedes venir a ayudarme? —suplicó Adriana—. Eres la única persona que puede ayudarme ahora…
—Suenas como si tu jefe fuera a devorarte o algo así… —dijo Dante—. ¿No deberías estar agradecida por su atención?
—¡Oye! ¡No olvides quién es tu jefa! —gruñó Adriana.
—Ya está bien. Descansa.
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