—¿En serio? —dijo Adriana, obligándose a mantener la calma—. ¡Felicidades, Tía Amanda!
—¡Ja, ja! Gracias —dijo Amanda con una carcajada—. La cena es a las seis de la tarde. Selene, mi yerno y mi nieto estarán allí, ¡así que no llegues tarde! Oh, en cuanto a mi yerno…
—Sí, Héctor, lo conozco —dijo Adriana, fingiendo sonar despreocupada—. Llegaré a tiempo.
—¡Maravilloso! —contestó Amanda—. ¿Necesitas que envíe un auto a recogerte?
—No hace falta, iremos por nuestra cuenta —dijo Adriana con frialdad—. Ya es hora de que te vayas, Tía Amanda. Mi casa no está en el mejor estado.
—No te preocupes. Ya me voy —dijo Amanda—. ¡No te molestaré a ti ni a tu familia mientras te comportes!
La expresión de Adriana era más bien sombría cuando colgó el móvil, y empezó a recordar su pasado. Su padre había construido el Corporativo Ventura desde cero, y compartían un pequeño apartamento cuando empezó. Ricardo Ventura pasaba la mayor parte de su tiempo ocupándose de la empresa, y fue la Señora Fresno quien cuidó de Adriana. A medida que crecía, las casas en las que vivía también se hacían más grandes. Cuando cumplió dieciséis años, su padre se convirtió en el hombre más rico de Ciudad H, y se mudaron a una hermosa mansión en las montañas del sur. «Eres mi pequeña princesa, Adriana. Quiero que vivas feliz para siempre», le dijo su padre el día de la mudanza. Adriana nunca llegó a conocer a su madre, pero, no obstante, era una niña feliz. Sin embargo, su padre había sido demasiado protector con ella, y cuando todo empezó a estrellarse y arder a su alrededor, solo pudo quedarse mirando impotente. Si no fuera por sus hijos, habría seguido los pasos de su padre y se habría suicidado también. Acudir al Encanto Nocturno ese año fue un gran error, pero se comprometió a ser una madre responsable y cariñosa con sus hijos. Lo mejor que podía desear era que sus hijos crecieran sanos y salvos de todo lo que había sucedido en el pasado, pero la realidad distaba mucho de ser ideal. «¿Me están acosando solo porque estoy sola y desamparada?».
—¿Está usted bien, Señorita Ventura? —preguntó Renata con ansiedad—. ¿Ha ocurrido algo malo?
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El increíble papá de los trillizos