Adriana se quedó mirando el Rolls-Royce Phantom y recordó cómo un auto similar había chocado con el taxi en el que ella iba con sus hijos cuando llegó a la Ciudad. El hombre del Rolls-Royce había resultado herido de gravedad, y la sangre de su herida había cubierto el tatuaje de una cabeza de lobo que tenía en la espalda. Adriana sabía que era el hombre de hace cuatro años, pero el auto y el hombre desaparecieron antes de que ella pudiera verlo de cerca. Olvidó anotar el número de la matrícula del auto, pero sabía que solo había tres de ese modelo en el País C y solo treinta y cinco en todo el mundo. «¿Será Dante ese Gigoló?».
—¿Señorita Ventura? ¿Está todo bien? —preguntó Renata.
—¡Estoy bien! —dijo Adriana, sorprendida por su voz—. Me siento honrada de poder viajar en un auto tan lujoso.
—Tómelo como un regalo del Señor Licano —dijo Renata, sonriendo—. ¿Nos vamos?
—De acuerdo. —Incluso mientras tomaba asiento en el auto, siguió rompiéndose la cabeza tratando de recordar el número de matrícula del Phantom que había visto ese día—. ¿Doctora Laporte? —preguntó Adriana con timidez—. ¿El Señor Licano fue herido hace poco?
«¡Estoy segura de que ella sabe la respuesta! Después de todo, ella es su médico particular».
—No, Señorita Ventura —respondió Renata—. Es el único heredero de la Familia Licano y su seguridad es de suma importancia. Tiene dieciocho guardaespaldas muy bien entrenados que lo protegen a donde va para asegurarse de que no se lesione. —Adriana asintió de forma lenta. «¿No estuvo herido? ¿Me equivoqué?». Recordó que Dante había estado nadando en la piscina infinita de la azotea de la oficina la última vez que estuvo con él, y parecía estar bien. «Seguro una persona herida no estaría lo bastante bien como para ir a nadar… ¿Tal vez me equivoqué de persona?»—. ¿Por qué lo pregunta? —preguntó Renata.
—Oh, solo me preguntaba si su mal carácter se debía a algún tipo de lesión…
Adriana tartamudeó, haciendo lo posible por no parecer sospechosa.
—Ya veo… El Señor Licano es en realidad una persona muy agradable —dijo Renata.
Parecía un comentario pasajero, pero Adriana no se dio cuenta del extraño brillo en los ojos de Renata. Se quedó callada y observó el paisaje exterior. «¿Cómo voy a enfrentarme a la Familia Arriaga más tarde?». Cuarenta minutos más tarde, llegaron a la mansión de los Arriaga, antes la mansión de la Familia Ventura. Adriana vio un grupo de figuras familiares a kilómetros de distancia. «Mmm… parece que la Tía Amanda tenía razón… ¡Los antiguos subordinados de papá están todos aquí!». Simón y Amanda estaban en la entrada, vestidos para la ocasión y dando la más cálida bienvenida a los invitados, que venían preparados con costosos regalos. Adriana no pudo evitar suspirar. «¿No era así cuando vivía papá? La gente venía todos los días con todos esos lujosos regalos y hablaban con papá durante todo el día… Estoy bastante segura de que no hay nada diferente aquí…». Simón Ventura solía estar entre los invitados, pero ahora se había convertido en el propietario de la mansión. De repente, un fuerte bocinazo sonó por detrás, sacándola de su trance. Levantó la vista y vio el Bentley blanco de los Ferrera detrás de ellos.
—Ese Phantom se parece al que tiene el Señor Licano —dijo Héctor, bajando la ventanilla—. ¿Han invitado tus padres al Señor Licano?
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