Emilia nunca olvidará lo inútil que es su cuñado. No hacía más que holgazanear y nunca se molestó en conseguir un trabajo. Además de hacer las tareas de la casa, como cocinar, limpiar los platos, aspirar y reparar el inodoro, era un total incompetente. Ningún hombre era tan inútil y ridículo como él.
Despreciaba a Jonathan desde el día en que entró a la Familia Sierra.
«No entiendo qué ve mi hermana en él; es feo e inútil. Si Julieta no se hubiera compadecido de él, ¡se habría quedado soltero para siempre!».
—Los hombres con los que estabas le pusieron droga a tu bebida. ¡Te salvé de ellos! —Jonathan sabía que su cuñada lo despreciaba, así que abrevió su explicación.
Sin embargo, ella se negó a creerle. Lo miró con los ojos muy abiertos y espetó:
—¿Droga? ¿Dices que me drogaron? ¡Más bien parece que eres tú quien quiere hacerlo!
«Es imposible que me drogaran. Y, es más, si me hubieran drogado, ¡habría sido Jonathan quien lo hubiera hecho!».
Como no estaba de humor para escuchar sus acusaciones, Jonathan puso los ojos en blanco y respondió cortante:
—Como sea.
Si no fuera por Julieta, la habría dejado morir en la calle.
—Jonathan Galindo, ¿cómo te atreves a hablarme así? —le dijo molesta por su actitud.
«Poco después de casarse con mi hermana, era educado y dócil conmigo. Nunca se atrevió a levantarme la voz y mucho menos a hablarme en ese tono. ¡No puedo creer que sea tan grosero después de reaparecer!».
—Emilia, si no fuera por tu hermana, habría ignorado tu situación. ¡Si no te hubiera ayudado, esos delincuentes te habrían violado en el bosque! Ahora que estás despierta, puedes elegir entre irte a casa o seguir bebiendo con tus amigos. Siéntete libre de hacer lo que quieras; ¡no es asunto mío! —La miró con sorna y con eso, giró sobre sus talones y se alejó.
La mujer sintió una punzada de ira ante su reacción.
—¡Jonathan, quédate ahí! —gritó.
Sin hacer caso de sus gritos, Jonathan continuó alejándose.
Al quedarse en una zona sin ruido y oscura en la que no se veía ni un alma, Emilia sintió que el miedo se apoderaba de su corazón.
—¡Jonathan, si no te detienes, llamaré a Julieta y le diré que me drogaste!
—Emilia, ¿qué diablos quieres? —Se detuvo en seco, con la mirada impasible.
Estaba en deuda con ella, pero eso no significaba que estuviera obligado a ser amable con la Familia Sierra. Por eso no podía ocultar su antipatía por Emilia, que lo había insultado en innumerables ocasiones.
—¡Llévame a casa! —A pesar de no verse en tres años, Emilia seguía dándole órdenes.
—¿No puedes irte caminando? ¿O llamar a un taxi? —le preguntó sin importancia.
—Está muy oscuro, tengo miedo. Jonathan, ¿me llevarás o no a casa? Te quedaste con nosotros hace tres años, ¿y ahora no me puedes hacer el favor de llevarme? ¿Eres tan despiadado? —Su resentimiento crecía ante la indiferencia con que la trataba.
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