«¿Qué? ¿Alguien se aprovechó de nuestra hija?».
Al oír esa frase, corrió a la cocina y tomó un cuchillo antes de dirigirse a la puerta de nuevo. Al ver a Jonathan, se congeló en su camino.
—¿Jonathan? ¿No estás muerto?
«¿No murió ese perdedor después de desaparecer hace tres años?».
—Suegro, estoy vivo… —le explicó.
—Si estás vivo, ¿dónde estuviste los últimos tres años? —lo cuestionó con una expresión de rabia.
Como nunca le había simpatizado este yerno suyo, pensó que Julieta podría volver a casarse con una familia rica tras la desaparición de Jonathan.
Por desgracia, regresó.
—Suegro, estuve…
En lo que él trataba de explicar, Margarita intervino con brusquedad:
—Claudio, ¿qué haces? ¡Mata a esta escoria! ¡Él es el que violó a Emilia y me lastimó!
—¿Qué? ¿Él hizo eso? —La miró con incredulidad, pues conocía bien el carácter de Jonathan.
«Nunca nos trató mal ni desafió nuestras órdenes. ¡No hay manera de que se atreva a violar a Emilia!».
A pesar de lo mucho que detestaba a Jonathan, se negaba a creer que fuera capaz de profanar a su hija.
—¿No confías en mí, Claudio? ¿Cómo no puedes ponerte de nuestro lado cuando nuestra hija sufrió tal cosa? ¡No puedo creerlo, mañana mismo pido el divorcio! —se lamentó y actuó como una arpía, gritando e insultando.
Claudio no tuvo más remedio que ceder. Como esposo dominado, solía temerle a su mujer, sobre todo cuando armaba un escándalo. Con cuidado, le dijo:
—Cariño, escúchame...
—¡No quiero! Eres un maldito cobarde, Claudio Sierra. ¿Por qué no quieres vengar a tu hija? Tú, bueno para nada...
Incluso ante los interminables desplantes, Claudio no dijo nada hasta que Julieta se acercó desde la sala de estar.
—¿Qué está pasando?
—¡Oh, Julieta! —La señora se lanzó a los brazos de su hija antes de lamentarse—: ¡Deprisa, llama a la policía! Jonathan agredió sexualmente a tu hermana. ¡No podemos dejar que se vaya! ¡Llama a la policía para que lo encierren en la cárcel para siempre!
—¿Qué? ¿Jonathan agredió a Emilia? —Julieta giró hacia la puerta. En efecto, allí estaba Jonathan, a quien acababa de ver esa tarde.
—Julieta, escúchame —comenzó a explicar—. Vi a Emilia bebiendo con un grupo de delincuentes en un bar. Le pusieron droga en su bebida, ¡y fui yo quien la rescató!
—¡Tonterías! —gritó su madre—. ¡Emilia nunca ha estado en un bar!
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