La persona que les abrió la puerta fue Margarita Salinas, la madre de Emilia.
La impresión que Jonathan tenía de su suegra era la de una mujer extremadamente grosera, malvada y mezquina.
Desde que se casó con la Familia Sierra, a ella nunca le agradó y se complacía en humillarlo u obligarlo a hacer encargos
La lista de encargos que tenía que hacer era interminable, incluyendo cambiar las bombillas defectuosas, limpiar los platos, aspirar, reparar el inodoro e incluso lavar la ropa interior de Margarita porque era demasiado perezosa para hacerlo ella misma.
Aun así, seguía descontenta con su presencia. A menudo, instaba a Julieta a divorciarse para que pudiera casarse con un hombre rico.
—¡Suegra! —Jonathan la saludó.
Por mucho que odiara a Margarita, tenía que soportarla mientras siguiera casado con su hija.
—¡No soy tu suegra! —respondió con brusquedad—. Desapareciste durante tres años sin decirnos nada. ¿Qué crees que somos, eh? ¿Un hotel del que puedes entrar y salir a tu antojo?
—Suegra, estuve…
Antes de que Jonathan pudiera explicar lo que le había sucedido en los últimos tres años, ella lo interrumpió:
—Basta, deja de inventar excusas. No me interesa saber cómo te ha ido. De hecho, prefiero verte morir, pues no tiene sentido que existas más que para ocupar espacio y desperdiciar comida. —Respiró profundo y sin darle la oportunidad al hombre de explicarse, le dejó claro que era hora de que se fuera—: Jonathan, déjame ser franca contigo. Llevas tres años fuera, así que, según la ley, tu matrimonio con Julieta ya no existe. En otras palabras, ustedes dos están divorciados. Por lo tanto, ¡no vuelvas a aparecer en la Residencia Sierra porque no te recibimos!
No quería que el perdedor de su yerno la molestara más. Cuanto más lo miraba, más le parecía una monstruosidad. No era nada comparado con el hijo único del presidente del Grupo Lara.
—¿Qué ley establece que mi matrimonio con Julieta queda anulado de forma automática al no haber estado en casa durante tres años? —preguntó con una expresión sombría. La había tolerado en repetidas ocasiones, pero su paciencia no hizo más que alimentar su arrogancia y sus crueles comentarios.
Era la primera vez que venía a casa en tres años, y sin embargo ella se negaba a dejarlo entrar.
—¡Eso no es asunto tuyo! Jonathan Galindo, deja de decir tonterías. Quiero que tú y Julieta vayan al ayuntamiento mañana por la mañana y se divorcien. A partir de hoy, aléjate de ella. Si sigues aferrado a ella, ¡le pediré a alguien que te dé una paliza! —Lo señaló con el dedo y le advirtió.
Jonathan perdió las ganas de mostrarse amable ya que fue ella la que lo trató con descortesía primero.
—¿Tienes prisa para que nos divorciemos porque quieres que se case con Abel Lara? —la cuestionó severo.
—¿Cómo supiste? — Una expresión de sorpresa apareció en el rostro de Margarita, pero pronto se recompuso—. Sí. ¿Y qué? Julieta vive como una viuda desde que tú desapareciste. ¿No puede casarse con otro hombre? ¡Es mejor que seguir con un perdedor como tú!
Jonathan anunció con frialdad:
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