Você está lendo Capítulo 329 do romance El Regreso de la Heredera Coronada. Visite o site booktrk.com para ler a série completa de El Regreso de la Heredera Coronada, do autor Internet, agora. Você pode ler Capítulo 329 online gratuitamente ou baixar um PDF grátis para o seu dispositivo.
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Cuando apareció una marca de mano en el rostro de Ángeles, Emilio sintió un hormigueo extraño en su propio rostro, y de manera insólita, la misma marca de mano apareció también en él.
Todos: —¿?
¿Qué estaba sucediendo?
—¡Jajajajaja...!
Ángeles empezó a reír, y su risa se fue intensificando, volviéndose cada vez más fuerte y descontrolada.
Parecía como si no fuera una prisionera en peligro de ser arrojada al estanque de cocodrilo, completamente inconsciente del inminente peligro que se cernía sobre ella.
Al ver la risa desquiciada de Ángeles, varios de los tipos que antes la trataban con respeto, como si fuera una invitada distinguida, se enfurecieron. Uno de ellos le agarró el cabello y le dio una patada.
—¿De qué te ríes perra loca y desquiciada? ¡Cierra tu sucia boca!
Sin embargo, justo cuando Ángeles se tambaleó por la patada, Emilio, quien aún estaba sentado en su silla de ruedas y no había terminado de procesar la bofetada anterior, sintió de repente otra fuerza que lo empujó. La misma patada lo hizo inclinarse peligrosamente hacia un lado, casi cayéndose de la silla de ruedas.
¡Carajo!
Los hombres, aterrorizados, se apresuraron a sostener la silla de ruedas. —Señor Emilio, ¿se encuentra usted bien?
Emilio se puso colérico en extremo.
Si la cachetadota de antes podía considerarse un accidente, entonces ¿qué explicación había para esa patada? ¡Esto no podía ser una coincidencia!
¡Ángeles había hecho algo!
Emilio giró su silla de ruedas hacia Ángeles, sujetándola por el mentón con una mano fuerte. La miró con unos ojos de mucha rabia y rencor.
—¿Qué fue lo que me hiciste?
La mano de Emilio apretaba con cada vez más fuerza, como si quisiera romperle los huesos a Ángeles. Sin embargo, mientras lo hacía, un dolor sordo empezó a manifestarse en su propia mandíbula, como si lo que ocurría se reflejara en él.
Ángeles, atrapada por los brazos de dos tipos, tenía la cara enrojecida por la marca de la cachetada que la habían zampado, el cabello despeinado y una apariencia completamente desaliñada. Pero sus ojos brillaban intensamente, como si mil estrellas se hubieran desmoronado y depositado en sus pupilas.
—Magia negra.
Ángeles sonrió ampliamente y dijo, palabra por palabra: —Es de hecho la magia negra, la brujería que yo misma he alimentado y perfeccionado. El daño que me hagan a mí, tú lo sufrirás en carne y hueso tal muñequito vudú... pero a ti te tocara en cambio sufrir el doble de lo que yo sufra, llámalo maldad, que yo lo llamo en vez justicia.
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