El Regreso de la Heredera Coronada romance Capítulo 371

Beatriz cayó con violencia al suelo tras recibir una bofetada. Un zumbido llenaba sus oídos mientras apretaba con fuerza la pequeña pelota que tenía en la mano. Por encima de su cabeza resonaban las crueles reprimendas alternadas de su padre y su madrastra.

Palabras como desvergonzada, sin dignidad o indecente volaban furiosas en el aire...

Osvaldo, tras terminar de insultar a su hija, dirigió su mirada hacia Salvador. Sin embargo, no se atrevió a levantarle la mano, ni siquiera a gritarle con tanta dureza.

Solo le dijo una simple frase:—¡Vete, no quiero volver a verte jamás!

Salvador le echó un vistazo a Beatriz, que seguía allí tirada en el suelo. Se lamió los labios y respondió:—Cuando lo tengas claro, ven a buscarme.

Dicho esto, y bajo la mirada asesina de Beatriz, salió corriendo.

Osvaldo, al escuchar esto, se enfureció aún más. Señalando enloquecido a Beatriz con el dedo, le gritó con el rostro lleno de decepción:—¿Hiciste algún trato sucio con ese miserable muchacho? ¿Cómo pude criar a una hija tan desvergonzada como tú?

—¡Ya basta, ya basta! No es la primera vez que ves cómo es tu hija. De todas formas, ya está grande y sabe cómo valerse por sí misma. Nosotros no podemos hacer nada al respecto. Déjala que haga lo que quiera.

Luego añadió con una mueca de desprecio:—Mientras estuvo en casa, ¿acaso no perdimos suficiente dignidad? Mejor acostúmbrate a esto.

—¡No tienes que volver a casa nunca más!

Exclamó Osvaldo con frialdad, lanzándole una última mirada a Beatriz. Su rostro reflejaba cierta lástima, pero aún así añadió:—El maestro de tu hermano vendrá a casa para una visita. Mantente alejada unos días. Cuando todo esto pase, puedes finalmente regresar.

Beatriz se levantó del suelo y recogió una por una las bolsas que estaban tiradas.

Cuando vio que el ceviche que había comprado estaba completamente derramado e inservible, no pudo contenerse y las lágrimas comenzaron a rodar desbordadas por sus mejillas.

La pareja ya se había ido. Ahora, en el vestíbulo del edificio, solo estaba la desaliñada Beatriz.

Después de recoger con frustración la basura del suelo, volvió al mercado con la intención de comprar otra porción de ceviche, pero cuando llegó, vio que el pequeño puesto de ceviche estaba siendo desalojado por las autoridades de supervisión.

El dueño del puesto sonreía con cierto nerviosismo, inclinándose repetidamente mientras recogía apresurado sus cosas. Finalmente, empujó su carrito y salió corriendo.

Beatriz volvió a llorar.

¿Por qué para alguien como ella, el simple hecho de querer vivir era tan difícil?

Pasó un buen rato enfrentándose al frío viento hasta que por fin la marca de la bofetada en su rostro desapareció casi por completo. Entonces tomó con tristeza las bolsas de comida y se dirigió a casa.

Pero no iba a su hogar.

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