El tono de Santiago estaba impregnado de burla, su voz cargada de desprecio.
—Y yo que te he dado todo, parece que he criado a un malagradecido.
Toda emoción desapareció del rostro de Santiago. Solo quedó esa expresión dura, imposible de descifrar.
Joel no pudo evitar arrugar el entrecejo al recordar cómo Santiago había menospreciado a Sofía en sus palabras. Cerró el puño con fuerza, aunque en su rostro se mantenía sereno, sin dejarse intimidar.
—La abogada Rojas siempre ha sido alguien digno de admiración —dijo, con una voz que no tembló ni un poco.
—¡Pum!—
El sonido seco de un golpe en la mesa rompió el silencio del despacho.
—¿Digno de admiración, eh? ¿Sofía? Joel, sí que tienes agallas para fijarte en mi esposa.
La mirada de Santiago se volvió oscura, feroz. Apoyó la palma sobre el escritorio, como si en cualquier momento fuera a lanzarse sobre Joel y partirle el cuello ahí mismo.
Joel bajó la mirada, manteniéndose en silencio. Lo que solo aumentó la molestia de Santiago.
De pronto, una idea le cruzó la mente a Santiago.
Sofía no tenía familia ni amigos cercanos en Olivetto. Los únicos con quienes mantenía contacto eran viejos colegas como Joel. ¿Cómo era posible que, tras salir de prisión, Sofía de pronto tuviera una hija?
La mente de Santiago se quedó en blanco por un instante, pero su mirada se clavó en Joel.
Sin darse cuenta, los dedos de Santiago temblaban levemente.
—¿De quién es la niña? —soltó, por fin, la pregunta que llevaba días masticando.
Joel no respondió directamente. Sus ojos brillaron apenas y una sonrisa se dibujó en sus labios, como si pensar en Bea le provocara un orgullo de padre que no podía ocultar.
—Presidente Cárdenas, si ya investigó, entonces sabrá que Sofía no vino a buscarme con una niña solo porque sí.
—¿Tú crees que te voy a creer?
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