—¿Jefe, ha regresado? —Al ver que Tristán bajaba del auto, Ramón se apresuró a recibirlo con entusiasmo.
Tristán levantó una ceja, pues no era habitual que Ramón lo recibiera con tanto entusiasmo al regresar. Era evidente que aunque Ramón le hablaba, sus ojos se esforzaban por mirar dentro del auto.
Esther apretó la mano de Benjamín, quien le devolvió la mirada con ojos claros y brillantes, lo que hizo que ella se sintiera un poco más tranquila.
Le preocupaba que Benjamín se sintiera incómodo en un lugar desconocido. Al ver que mantenía la mirada clara y en calma, Esther se sintió más aliviada. Tristán se dio la vuelta y sacó personalmente a Benjamín del auto.
Ramón abrió los ojos de par en par al ver que sacaban a un niño idéntico al jefe cuando era pequeño. Este se llevó la mano al pecho, emocionado al ver a esa versión en miniatura del jefe, y no pudo evitar que la ternura y la emoción se reflejaran en sus ojos. Quería acercarse emocionado, pero se contuvo para mantener la compostura de un mayordomo. Sabía que en el auto aún estaba la futura señora.
—Cuidado.
Tristán alzó la mano para sostener la puerta del auto, y aunque su rostro no mostraba emoción, su voz era amable.
Esther, sorprendida por la atención, miró a Tristán y salió del auto.
Tristán esbozó una ligera sonrisa, pensando que al parecer, Esther se asustaba fácilmente, y eso le resultaba encantador.
—Ramón, ella es Esther, mi futura esposa. Tiene un poco de miedo, así que no la asustes.
Esther, que supuestamente era miedosa se quedó sin palabras.
—Srta. Esther, no es necesario que sea tan formal. Ahora somos familia. Por favor, no se queden aquí parados, lleve al pequeño al interior de la casa. Hace un momento le pedí a los cocineros que prepararan el almuerzo. Primero vayan a ver las habitaciones, y si hay algo que no les guste, me avisan para hacer los ajustes necesarios.
Ramón habló con cortesía y calidez. Esther asintió y dijo: —Gracias por su amabilidad.
—Es mi deber.
Después de hablar con Esther, la mirada de Ramón se dirigió a Benjamín. El niño caminaba junto a Esther, con una expresión en el rostro que era el vivo reflejo del señor. Cuanto más miraba a Benjamín, más le gustaba. Se acercó suavemente al niño y le dijo: —Pequeño Benjamín, ¿verdad? Tengo muchos juguetes divertidos para ti. Ve a ver si te gustan, y si no, o si prefieres algo más, solo dímelo y te los conseguiré, ¿de acuerdo?
Benjamín miró a ese anciano tan amable, lo que le recordó a los mayores de Brisa del Río, lo que hizo que en su rostro serio apareciera una ligera sonrisa.

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