—Gracias, señor mayordomo.
Ramón se llevó la mano al pecho, sintiendo una explosión de ternura en su corazón: era tan, pero tan adorable que su corazón se derretía.
Ese pequeño y adorable joven era incluso más encantador que el señor cuando era niño. Después de todo, el jefe nunca sonrió tan cálidamente en su infancia.
Ramón sintió una ligera sensación de desdén hacia su jefe al compararlo con Benjamín, y al mirar al pequeño, sus ojos casi destilaban ternura.
Tristán levantó ligeramente una ceja y luego le dijo: —Ramón, puedes irte. Yo los llevaré a ver las habitaciones.
Tristán le lanzó una mirada divertida a Ramón.
Este último, aunque un poco decepcionado, finalmente apartó su mirada de Benjamín y respondió con respeto.
Tristán se inclinó y levantó a Benjamín en sus brazos. Benjamín, sorprendido por el repentino gesto, se encontró acurrucado en el fuerte abrazo del hombre, con una expresión de desconcierto en su pequeño rostro.
Tristán notó el susto del pequeño y sonrió levemente mientras le decía: —Te llevaré a ver tu habitación.
Benjamín lo miró, apretando los labios sin decir nada y Tristán levantó una ceja. Ese pequeño nunca le había sonreído, pero un momento antes había visto cómo le sonreía a Ramón. Eh...
—Essie, ven conmigo —Tristán se dirigió a Esther con un tono suave y una mirada cálida.
Esther bajó la cabeza tímidamente, asintiendo mientras seguía los pasos del hombre.
Tristán sonrió levemente y le dijo: —Essie, no te sientas incómoda, a partir de ahora serás la señora de este lugar.
Esther sospechaba que este hombre la estaba provocando. Su rostro delicado se tiñó inmediatamente de un tenue rubor. No estaba claro si era a causa del enojo o de la vergüenza.
Sin embargo, para Tristán, claramente era vergüenza. Pensó para sí mismo que esa pequeña mujer no solo era tímida sino también muy reservada.
Esther estaba avergonzada, pero no por las insinuaciones del hombre, sino porque... Benjamín los miraba con sus ojos claros y puros, así que ella sintió una oleada de vergüenza.
En ese momento, escuchó la voz suave de Benjamín diciéndole: —Mi mamá va a dormir conmigo.
Miró al hombre con seriedad y él también miró a Benjamín.
Los dos hombres, uno grande y otro pequeño, sostuvieron una mirada durante unos cinco segundos para debatir con quién dormiría Esther. El hombre vio la firmeza en los ojos del pequeño y, lejos de enojarse, sonrió. Extendió su mano grande para revolver cariñosamente el cabello rizado de Benjamín diciéndole: —Está bien, por ahora mamá te pertenece, pero eventualmente dormirá conmigo.

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