En el video, las voces de ambos se iban haciendo cada vez más fuertes.
—Ya no puedo comer más.
—Ándale, come un poquito más...
Oriana no soportó seguir viendo y, de golpe, apagó el celular.
Se quedó mirando el techo oscuro, sin moverse. Pasaron varios minutos antes de que finalmente lograra mover los dedos, que ya sentía entumidos.
Ya casi. Todo esto estaba por terminar.
Pronto se iría.
...
Durante los días siguientes, Federico no volvió a la casa. Ni rastro de él. Marisol, como si nada, le mandó mensajes que dejaban todo claro.
En las fotos que le llegaban, Federico aparecía como cualquier papá primerizo, hincado sobre una rodilla frente a Marisol, con el oído pegado a su panza, escuchando atentamente los movimientos del bebé.
Oriana cerró los ojos, pero ni así logró sacar una sola lágrima.
Así pasó el tiempo, hasta que se acercó el aniversario número diez de ellos dos.
Federico, al fin, regresó apurado para organizarle una fiesta de aniversario enorme.
Cuando Oriana bajó las escaleras con su vestido elegante, Federico ya la esperaba abajo.
Ella levantó la vista y lo miró apenas, con unos ojos tan tranquilos que hasta parecían demasiado vacíos.
Federico, al verla así, sintió cómo la ilusión que traía se le venía abajo de golpe.
En sus recuerdos, Oriana siempre había sido esa mujer brillante, llena de vida, nunca como ahora: pálida, con la mirada perdida.
Por instinto, quiso abrazarla para consolarla, pero ella giró el cuerpo y evitó que la tocara. Su voz le salió rasposa.
—Últimamente no me he sentido bien. Mejor no te acerques, no vaya a ser que te contagie.
Dicho esto, ya no le prestó atención a la mano que él tenía suspendida en el aire y se fue caminando.
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