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La amante secreta de mi exesposo romance Capítulo 10

••Narra Frederick••

La vi desde el umbral de la habitación, de pie frente a la maleta abierta en la cama, con nuestro hijo aferrado a su cadera como un pequeño salvavidas. Jesús balbuceaba, inconsciente del tira y afloja que se libraba en el corazón de su madre. La maleta estaba medio vacía. Ya que en lugar de empacar como debería, estaba retirando todas sus prendas. Se había rendido.

Sabía que esto pasaría. Después del milagro de hace tres días, después de verla llorar por los primeros pasos de Jesús, supe que su instinto maternal ganaría. Y aunque adoro esa parte de ella, esa fiera leona que protegería a su cachorro por encima de todo, no iba a permitir que sacrificara sus sueños. No mientras yo pudiera mover cielo y tierra para dárselo todo.

Avancé dentro de la habitación con paso firme. Ella alzó la mirada, sus ojos verdes nublados por la tristeza y la culpa. Llevándole la contraria, tomé todo el contenido que había sacado y lo metí dentro de la maleta.

—Frederick, ya te lo dije. No puedo… —comenzó.

No la dejé terminar. Cogí la cremallera de la maleta y la cerré de un tirón seco. El sonido cortó el aire como un punto final.

—Sí, puedes. Y lo harás —dije, mi voz no dejaba espacio para la discusión. Tomé el asa de la maleta y se la puse en la mano—. Te vas a ese viaje, Charlotte. Quieras o no.

Ella retrocedió un paso, abrazando a Jesús con más fuerza, como si yo viniera a arrebatárselo.

—¡No me obligues! ¡No es justo! No me voy a perder más momentos con mi bebé, sus primeras palabras… ¡No!

—No te perderás nada —repliqué, manteniendo la calma a pesar de que su terquedad empezaba a encender mi propia frustración.

—¿Cómo? ¿Voy a teletransportarme cada noche para cenar con ustedes? —espetó con sarcasmo, cargada de una angustia que me partía el alma.

—No —dije, acortando la distancia entre nosotros. Bajé la voz, impregnando cada palabra de la verdad absoluta de mi plan—. Nosotros no nos vamos a perder nada. Tú no te apartarás de ninguno de los dos.

Ella parpadeó, confundida.

—¿Qué…Qué quieres decir?

—Que la empresa puede funcionar una semana sin mí. El vicepresidente puede encargarse —La vi abrir la boca para replicar, pero seguí hablando—. Nos hospedaremos en el mismo hotel. En una suite aparte. Yo me encargaré de Jesús durante tus clases y tus actividades de grupo. Y en cada momento libre que tengas, estaremos allí. Pero ocultos. Sin que ninguno de tus compañeros sepa que estamos ahí. Tendrás tu privacidad, tu experiencia como estudiante… Y tendrás a tu familia. No tienes que elegir.

El silencio que siguió fue profundo. Solo roto por el gorjeo de Jesús, que estiró su manita para agarrarle un mechón de pelo rubio. La vi procesarlo. La lucha en sus ojos fue épica: la estudiante de paisajismo que anhelaba el viaje, contra la madre que no quería soltar a su hijo. Vi el momento exacto en que comprendió que, por una vez, no tenía que sacrificar una parte de sí misma por la otra.

Sus ojos se inundaron de lágrimas nuevas, pero esta vez de puro alivio. Un sollozo tembloroso escapó de sus labios.

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