Tal y como lo prometió, el colorista llegó puntual. Sus manos temblaban mientras analizaba mis mechones maltratados.
Siempre fui una mujer que se preocupaba por su apariencia. Poseía una amplia gama de productos capilares, hasta que me tocó vivir sola. Si tenía champú y enjuague en el baño, ya era mucho pedir.
—Bien, analizando tu cabello, diría que después de una decoloración y dos semanas de hidratación, recuperarás tu cabello o un tono similar. Y entre más te lo laves, volverás a tu tono natural —dijo el hombre, cuyas manos vacilaban a la hora de agarrar los productos—. Yo… voy a comenzar, ¿está bien?
Estaba notoriamente nervioso y algo me decía que el hombre que estaba sentado a pocos metros de distancia, era la razón de su actitud.
—¿No tiene criptomonedas que invertir o algo así? —dije, manteniendo la cabeza quieta.
Odiaba el lugar en el qué se había colocado, ya que estaba de frente. No me quedaba más opción que verlo.
—No lo necesito, para eso tengo empleados —Ladeó la cabeza, sin mostrar expresión alguna—. Además, debo asegurarme de que no se te ocurra apuñalar al colorista y huir de la mansión.
Sentí como el colorista se detuvo a mitad de un mechón.
—Te podrías ahorrar esos posibles inconvenientes si decides ignorar esa estúpida cláusula sobre mi cabello —hablé, sarcástica.
—No, prefiero correr el riesgo —dijo, cruzándose de brazos.
Pude notar como se relajaba en el asiento, observándome. Como si nuestra cortante conversación fuera reconfortante para él.
El químico que me aplicaron en el cabello era irritante y los ojos me ardían, pero sé que era parte del proceso. Tuve que parpadear varías veces, tratando de ignorar las lágrimas que aferraban en querer derramarse.
Quería correr y lavarme el cabello, no solo por lo caliente que sentía el cuero cabelludo, también porque me negaba a volver a ser rubia. No podía creer que este hombre quisiera hacerme revivir el pasado, hacerme sentir expuesta y señalada.
—La estás lastimando, imbécil —gruñó Frederick, dedicándole una mirada asesina al colorista.
Este retrocedió con las manos en alto.
—Así es el proceso, señor. Se lo juro.
¿Este hombre estaba aquí por voluntad? Porque no lo parece.
—¿Y por eso quiere llorar y hace esos gestos de dolor? —La mandíbula de Frederick estaba tensa y había descruzado los brazos, colocándolos en el reposa brazos, listo para atacar.

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