Gemí, revolviéndome debajo de las sabanas.
Mis ojos se abrieron, pero el malestar continuaba. Mis manos fueron a mi pecho, donde tenía un camisón, no una blusa desabotonada.
Estaba en la cama, con las luces apagadas, de noche. Estaba a salvo.
No estaba en la calle, Travis y su compañero no se encontraban por ningún lado. Fue solo una pesadilla. La misma testada pesadilla que viene ocasionalmente a mi mente.
Ese recuerdo me causaba náuseas y deseaba olvidarlo, pero mi mente me castigaba, obligándome a pensar en ese suceso mientras dormía.
Por culpa de ellos, tomé la decisión de esconderme, de cambiar de color de cabello y de cambiar de bar. Dejé un bar de lujo, por uno de mala muerte. Era más fácil pasar inadvertida cuando trabajas en un lugar con una iluminación deficiente. O eso creí, hasta que Frederick y compañía me reconocieron.
La luz de la mesita de noche se encendió y sentí la cama moverse.
—¿Dónde te duele? —dijo mi exesposo con voz adormilada. Su mano fue directo a mi abdomen, masajeando el área—. ¿Es el estómago? ¿El hígado?
Frederick ha estado durmiendo a mi lado estos últimos días. Llega como a las diez u once de la noche, se ducha y se acuesta a mi lado, sin tocarme.
—Estoy bien —Me limité a decir, ya que no servía de nada contarle mis pesadillas. Él me había arrojado a esa vida, él sabía los peligros a los que me exponía—. No pasa nada.
Me mantuve de costado, dándole la espalda.
Sus dedos fueron hasta mi cuello y me tomó el pulso.
—Mientes mal, princesa.
De pronto, me atrajo hacía su pecho, dándome la vuelta. Mi mejilla terminó en el punto exacto donde estaba su corazón. Se escuchaba fuerte y controlado. Era como él.
—No, no estoy mintiendo. No me duele el hígado ni el estómago —dije contra su cuerpo, pero no intenté separarme ni luchar. Dejé que su brazo rodeará mi espalda.
—Pero no estás bien —Su voz retumbaba en mi oído cuando hablaba—. Tuviste una pesadilla.
—No es la gran cosa —contesté, a pesar de sentir que mi corazón estaba a punto de salirse de mi pecho.
—Duerme, princesa —ordenó—. O yo mismo te inyecto un sedante.
Respiró profundo y nos quedamos en silencio.
Hice lo posible por quedarme estática, para dejar que él durmiera en paz. Me quedé viendo un punto en la pared.
No quería cerrar los ojos, porque me hacía pensar en ellos. En esos dos seres malignos. Y ellos me llevaban a vivir otros momentos desagradables que tuve que presenciar. Travis y su amigo habrán sido los primeros, pero no fueron los últimos.

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