El rostro de David se fue transformando de la sorpresa al enfado, mirando a mi exesposo.
—Ya tenemos que irnos, Charlotte —anunció Frederick, soltando mi cuerpo para agarrar mi muñeca como su nueva prisionera.
Tiró de mí, obligándome a caminar. David tomó mi otra muñeca. Cómo un juguete siendo jalada por dos niños, me vi obligada a permanecer en mi lugar. Por suerte, Frederick no siguió tirando de mi extremidad, de lo contrario, me sacaría el hombro de lugar.
Los ojos de mi exesposo fueron al objeto que me impedía avanzar. En otras palabras: la mano de David en mi muñeca.
—¡No la toques, maldito imbécil! —En un parpadeo, Frederick me había soltado para tomar el cuello de la camisa de David.
—¡Tú eres quien no debe tocarla! ¿Crees qué no sé lo que le hiciste? —gritó David, sin apartarse—. No eres digno de tocarla.
El puño de mi exesposo impactó contra la mejilla de David. Este se tambaleó hacía atrás, sobándose el área afectada.
—¡Frederick, déjalo! —Tiré a mi exesposo del abrigo.
Arturo, el jefe de seguridad de Frederick, apareció de la nada. Se supone que él esperaría afuera del hospital. Aunque la razón era lo de menos, lo importante es que estaba acá.
David no trató de defenderse, ni siquiera cuando mi ex lo había tomado una vez más del cuello de la camisa.
—Yo puedo tocarla donde quiera y cuando quiera. ¡Porque ella es mía! —gruñó Frederick, soltándolo—. Siempre ha sido mía.
—Señor, suéltelo, por favor —dijo Arturo, metiéndose en el medio.
Podía escuchar los cuchicheos de las personas a mi alrededor. Miré a la multitud que se había reunido para ver el espectáculo.
—Miren, la chica que está con el señor Lancaster, ¿es la hija de Klifor Darclen? —susurró alguien.
—No puedo creerlo, que descarada. Está hostigando a Frederick Lancaster —dijo alguien más.
—No puede superar a su ex, que zorra —dijo una paciente con un gorro extraño.
Una luz blanca me cegó por un segundo. ¡Me tiraron una foto!
Sentía que la sangre dejó de circular por mi cuerpo. Las imágenes del día del juicio atormentado mi mente. Los reporteros sobre mí, las cámaras, las fotos, los comentarios.
Me mareé, la imagen de la multitud se fue distorsionando, hasta que solo vi a los reporteros.
Retrocedí sobre mis pasos. Mi espalda chocó contra algo. No, contra alguien.
Volteé de un salto, encontrándome con más personas.
«Estaban por todos lados»

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