Frederick echó al chófer del coche y tomó su lugar. Entré en el asiento del copiloto, viendo como el empleado se quedaba en la acera mientras nosotros nos alejábamos del hospital. Mi corazón bombeaba con fuerza.
Esperaba gritos, pelea, reproche. En cambio, el auto cayó en un inmenso silencio, era hasta escalofriante. El único sonido presente era el del motor.
Me hundí en el asiento de cuero, oprimí discretamente el vendaje mientras observaba los nudillos de Frederick, los cuales habían perdido color a medida que presionaba el volante.
La herida ya me estaba comenzando a molestar, sentía un dolor punzante en mi costado.
Frederick despejó la zona para que yo pudiera entrar en la mansión, pero esta vez me siguió al ala restringida. Antes se iba al lado opuesto a cumplir sus labores o simplemente alejarse de mí, pero en estos momentos, estaba unos pasos detrás de mí.
Me relamí los labios y abrí la puerta del ala, con las manos sudorosas.
Sabía que no dejaría pasar lo ocurrido con David. No tenía esa suerte.
Pasé y él me siguió, cerró la puerta con fuerza, dejando en claro que el Frederick calculador de hace unos minutos, había llegado a su fin.
—¡Cinco minutos! —La voz de Frederick era amenazadora—. Te dejé cinco minutos sola y te reúnes con ese hombre. ¿Cómo lo hiciste? Yo te quité el celular, ¿cómo te comunicaste con él?
Sin ninguna razón particular, caminé al comedor, escapando de la situación. Pero por fuera, lo hice aparentar como si necesitara un vaso de agua.
—Yo no me comunique con él, simplemente se apareció en la habitación —Abrí la nevera con manos temblorosas y me serví un vaso de agua.
Me llevé el vaso a los labios, pero no fui capaz de tomar un solo trago, solo fingí.
—¿Y quieres qué crea que apareció en tu habitación vestido de doctor barato por casualidad? —Me arrebató el vaso de la mano y lo estrelló contra el suelo—. Y deja de fingir que estás tomando agua. Sé que no estás bebiendo nada.
Sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal al ver los pedazos de vidrio en el suelo. Las piernas me temblaban. Miré a Frederick a los ojos. Podía ver cómo aquellas perlas azuladas estaban bañadas en candela.
Retrocedí hasta chocar con la barra del comedor, sintiendo cómo el movimiento repercutía en la herida.

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