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La amante secreta de mi exesposo romance Capítulo 26

El reloj marcó las siete de la mañana cuando me desperté. Quería dormir un poco más, después de todo, no había mucho que hacer y de lo poco que me correspondía realizar, no me apetecía hacerlo.

Estaba en una encrucijada fatal entre el deber y la flojera. Pero el deber estaba ganando, en especial porque se me antojaba tomar una buena taza de café.

Me incorporé demasiado rápido. ¡Mi primer error del día! El dolor se apoderó de mi costado. Me llevé la mano al vendaje, soltando un alarido que no fui capaz de contener.

Metí mis dedos debajo del camisón, explorando el área. Suspiré al darme cuenta que estaba seco, al menos.

—Gracias al cielo.

Caminé hasta el baño y me cepillé los dientes. Una tarea demasiado difícil para mí. El dolor estaba en su apogeo máximo. Ayer solo sentía pequeños pinchazos mientras me movía, pero hoy, cada paso que daba era una batalla. El dolor era constante y se movía conmigo.

Era parecido a una persona cuando se golpea contra algo. Ese día no siente nada, pero al día siguiente, se pone morado y tocarlo es doloroso.

Tomé las pastillas que estaban sobre el mesón; antinflamatorios y analgésicos. Si fuera posible, me tomaría veinte de un solo golpe.

Me quedé en la cocina, observando la cafetera que me sonreía desde la repisa superior. Yo no coloqué ese electrodoméstico ahí, debió ser algunos de los empleados de Frederick.

—Esto no se va a quedar así, desgraciada —Le dije a la cafetera.

Fui por una de las sillas y me monté en ella, bajando la cafetera. Sentí un pequeño tirón en la herida, pero nada que no pudiera soportar. Me bajé de la silla, sintiendo como me temblaban las piernas.

Esto pudo haber salido mal de diez formas distintas.

Una vez que superé el reto del café, seguí con el desayuno. La cocinera se encargó de prepararlo y vino a dejármelo en la puerta, ya que tenía prohibida la entrada. Por suerte, era avena. Fácil y sencillo.

Cenizas pasó entre mis piernas, maullando. Tenía hambre.

Abrí una lata de atún y tuve que agacharme a servirle a mi pobre compañero que estaba muerto de hambre.

Me mordí el labio, sintiendo como se tensaba mi costado. Me vi a mí misma de rodillas, tomando con fuerza mi abdomen mientras me doblaba por el dolor. Logré servirle su comida, pero la acción me dejó jadeando y viendo puntos blancos.

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