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La amante secreta de mi exesposo romance Capítulo 30

Estuvimos en silencio en el trayecto. Él no dijo nada más y yo tampoco tuve ánimos de comunicarme.

De vez en cuando, veía a través del espejo del retrovisor, pero no veía el vehículo en el que se subió David. Tal vez fue una coincidencia y se dirigía a otro lado. Tal vez no nos estaba siguiendo. Debe haber sido parte de mi imaginación.

El auto se detuvo en frente de un edificio. Era una zona restaurantera.

Toqué mis sienes, recordando que no llevaba los lentes de sol.

—No los necesitas, Charlotte —dijo Frederick, viéndome como si me leyera la mente.

Bajó del coche, sin darme tiempo de responder. Abrió la puerta del copiloto y me ayudó a bajar con sumo cuidado.

—¿Estás bien? —preguntó al ver como bajaba la cabeza.

Asentí, ajustando mi mascarilla.

Me tomó la mano. Podía sentir su calor rodeándome los dedos.

Subimos en un elevador hasta el cuarto piso. Al abrirse, reveló un hermoso restaurante rodeado de plantas y enredaderas. El lugar estaba más allá de la soledad, ya que las mesas no estaban vacías. Simplemente, había una sola mesa en el centro del lugar.

—¿Apartaste todo el local? —pregunté, apreciando lo natural que se veía el sitio.

Frederick no me respondió, en su lugar, me ayudó a sentarme y después se sentó él frente a mí.

—Puedes quitarle todo eso, nadie en este restaurante va a decir una palabra —Frederick me miró con intensidad.

Los dedos me picaban al retirarme la mascarilla y la gorra. Me sentí desnuda de una manera que no podría explicar.

—No tengo hambre… —dije, observando los alrededores.

—No estamos aquí por la comida, Charlotte —habló con suavidad, tronando los huesos de su cuello—. Estamos aquí para distraerte.

En eso, entró un mesero con un carrito de comida. Depositó dos platos y una botella de… ¿Jugo? Eso no parecía alguna bebida alcohólica.

—No puedes beber alcohol, princesa —habló Frederick, como si me leyera el pensamiento.

Arrugué la frente, no ante su gesto, sino ante la situación. ¿En qué momento organizó todo esto? En el auto no habló con nadie, ni siquiera conmigo. Acaso… ¿Ya lo tenía planeado?

Lo más probable es que haya apartado este lugar pensando en celebrar después de las buenas noticias del doctor y terminó convirtiéndose en un almuerzo de consolación.

—Frederick, ¿y si tengo una enfermedad terminal? ¿Y si me queda poco tiempo de vida? —Las palabras me costaron, pero necesitaba decírselo a alguien. Necesitaba expresar mis preocupaciones y temores—. ¿Y si muero antes de culminar el contrato? Habré pasado por todo esto por nada.

Mi exesposo me miró y sentí como si lo hubiera golpeado directo en las bolas. Parpadeó varias veces sin dejar de verme.

—Deja de pensar en esas cosas, Charlotte —Carraspeó—. Ven, acompáñame.

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