••Narra Frederick••
La lancha iba a máxima velocidad, el agua salpicaba por doquier.
Mi celular revelaba la ubicación de Charlotte, gracias a que le coloqué un rastreador en la pulsera que mide sus signos vitales.
Esa mujer no se escaparía fácilmente de mí.
Había un total de cuatro lanchas detrás de mí, con hombres que estaban entrenados para hacer lo que yo les ordenara, inclusive matar a David.
¿Cómo se atrevía a escapar del restaurante de la mano de ese imbécil? Al ver las cámaras de seguridad del local, algo dentro de mí comenzó a hervir a fuego lento. No sólo por el hecho de saber que Charlotte quería escapar de mí, sino por la manera en la que la trataba ese infeliz. Tiraba de ella como si fuera una muñeca de trapo.
David estaba suplicando que lo desapareciera a él y a la empresa de su padre.
A lo lejos, vi una lancha quieta, en medio del mar.
¿A dónde pensaba llevársela? ¿Planeaba sacarla de la ciudad? ¿Esconderla de mí?
—Por allá —Le grité al conductor.
A medida que nos acercábamos a la lancha, mi celular confirmaba la ubicación de Charlotte, cada vez más cerca.
Vi todo antes de invadir la lancha enemiga:
El cuerpo de David en el suelo, boca abajo y a ella, a Charlotte, acurrucada en el rincón más alejado, observando atentamente al hombre inconsciente. En sus manos tenía un pequeño extintor.
Salté a la lancha sin pensarlo, ocasionando que esta se balancee peligrosamente.
Lo que estaba viendo no era lo que esperaba.
Pensé que me encontraría a Charlotte junto a David, riéndose, pensando que habían logrado escapar de mí.
Pero la escena fue todo lo contrario.
—Charlotte —dije en voz baja, manteniendo un tono calmado—. Soy yo.
Me acerqué lentamente, notando lo mojada que estaba su camisa oscura y no era por el agua. Se había formado un pequeño charco de sangre debajo de ella. El olor del hierro penetró mis fosas nasales y la piel se me erizó.
Jamás mostré sensibilidad a la sangre, a los heridos, ni a la muerte misma. Pero esta vez era diferente. Esta vez podía sentir un escalofrío subir por mi columna vertebral ante la imagen de Charlotte.
Había perdido demasiado sangre.
—Charlotte, soy Frederick —repetí ante su falta de respuesta.
Noté como presionó con más fuerza el extintor que llevaba en las manos, hasta que sus nudillos enrojecidos perdieron color. No alzó la vista, sus ojos verdes bosque seguían fijos en el hombre que yacía inconsciente a medio metro de ella. Un hilo de sangre corría desde su sien hasta la barbilla.
Ella lo hizo. Ella luchó contra él y ganó.
Esa es mi chica.
Mi orgullo fue rápidamente aplastado al escuchar sus quejidos involuntarios. Su pecho subía y bajaba muy rápido y tenía marcas de dedos en su brazo.

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