—Entonces Minerva y yo nos encargamos de soltar los globos —dijo Selena sonriendo.
Israel había preparado quinientos veinte globos de helio biodegradables.
Todos discutían animadamente los detalles de la propuesta, cada quien aportando una idea.
Media hora después.
El carro de Úrsula se detuvo en la entrada de la hacienda.
Apenas se estacionó, un miembro del personal salió a recibirla y le preguntó respetuosamente:
—Disculpe, ¿es usted la señorita Solano?
—Soy yo —asintió Úrsula levemente.
—Sus amigos están por aquí, sígame, por favor —continuó el empleado.
—Claro.
Úrsula siguió dócilmente al empleado.
—¡Atención a todas las unidades! ¡Atención a todas las unidades! —Esteban estaba en el tercer piso, con unos binoculares en una mano y un *walkie-talkie* en la otra—. Úrsula llegará al lugar de la propuesta en cinco minutos. Lluvia de rosas, prepárense. A mi señal…
Después de decir eso, Esteban añadió:
—¡Tío, tío, no te pongas nervioso! ¡Hoy todos te cubrimos la espalda!
Israel, con un ramo de flores en las manos, estaba de pie detrás de una enorme estatua con forma de zorro. Las palmas le sudaban a mares.
Esa estatua era del personaje de manga favorito de Úrsula, Sasaki.
Para preparar esta propuesta, Israel había localizado al autor del manga un año atrás para comprarle los derechos de Sasaki y construir una réplica gigante a escala real. Como los ojos de Sasaki son rojos, los de la estatua estaban hechos con rubíes auténticos, y su ropa y cabello estaban bañados en oro.
Úrsula siguió al empleado y, desde lejos, vio la gigantesca estatua de Sasaki erigida en el césped de la hacienda.
Cuanto más se acercaba, más nítida se veía la estatua.
Como le encantaba Sasaki, casi toda su atención estaba absorta en la figura, por lo que no se dio cuenta de que había entrado en una zona decorada de forma increíblemente romántica.
Un camino de flores frescas.
Globos adornando el lugar.
Justo cuando Úrsula estaba concentrada mirando la estatua de Sasaki, una lluvia de pétalos de rosa comenzó a caer sobre ella.
Las rosas aterrizaban en su cabello, en su ropa, a sus pies.
Úrsula se quedó helada.
Antes de que pudiera reaccionar, Israel, sosteniendo el ramo, caminó hacia ella paso a paso, se arrodilló, le ofreció las flores y un anillo de diamantes y, mirándola con una profunda ternura, dijo:
—Úrsula, ¡te amo! ¿Te quieres casar conmigo?
En ese preciso instante.
Dominika y Alan, Mónica y Elías, Minerva y Selena, junto con Esteban, Alina y Chandler, entre otros, salieron de todas partes, coreando al unísono:
—¡Dile que sí, dile que sí!
Además de ellos, también había periodistas que Israel había invitado.
En ese momento.
Todas las cámaras apuntaban a Úrsula y a Israel.
Úrsula miró a sus amigos, a quienes no había visto en mucho tiempo, y luego a Israel, arrodillado frente a ella. Sintió que el corazón se le salía del pecho.
Antes era de las que no creían en el matrimonio, nunca había pensado en casarse. Pero desde que conoció a Israel, poco a poco descubrió que el matrimonio no era tan aterrador como imaginaba.

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