Río Merinda.
Una ciudad de leyenda.
Un lugar que mezcla el derroche y el lujo con oportunidades y desafíos a cada paso.
Durante el siglo pasado, nadie puede contar cuántos personajes importantes y figuras de peso surgieron de ahí.
La escritora favorita de Dominika era originaria de Río Merinda.
Desde hacía mucho, Dominika soñaba con ir a conocer esa ciudad.
Pero nunca había encontrado el momento adecuado.
Para ser franca, no había conocido a la persona indicada para ir.
—¿Río Merinda? —Úrsula también sentía un cariño especial por esa ciudad; al escuchar a Dominika, asintió con entusiasmo—. Me parece buena idea. Pero para ir allá necesitamos tramitar el permiso de cruce fronterizo con anticipación. ¿Ya tienes tus papeles listos?
—Todavía no, pero si tú te animas también, podemos ir juntas a hacer el trámite. Mi papá conoce a alguien y podríamos pasar por el acceso rápido.
—Perfecto, a mí también me encantaría ir a Río Merinda.
Dominika, al ver que Úrsula aceptaba, no pudo contener su emoción y exclamó:
—¡Úrsula, entonces agarra tu acta y tu identificación y vámonos de una vez a hacer el trámite!
—De acuerdo.
Úrsula asintió con una ligera sonrisa.
—Voy arriba a buscar mis documentos.
...
Era diciembre en San Albero, según el calendario tradicional.
Afuera, la temperatura ya había bajado a unos dos o tres grados bajo cero.
El frío se sentía hasta los huesos.
Úrsula buscó un abrigo largo y blanco, acolchonado, y se lo puso encima.
Aunque la chamarra era gruesa y voluminosa, en ella se veía elegante y con un encanto difícil de describir.
Dominika se agarró del brazo de Úrsula.
—Vámonos, Úrsula.
Pero Úrsula se detuvo de pronto.
—Espera un momento.
—¿Qué pasa, Úrsula?
—Voy a ponerme unos guantes.
A Úrsula no le molestaba el calor, pero el frío sí la dejaba temblando.
Aunque afuera el sol brillaba con fuerza, Úrsula no salía sin guantes.
Dominika frunció el ceño.
—¡Debí decirle a mi chofer que me esperara! Aguántenme aquí un momento.
Úrsula, en cambio, se veía tranquila.
—No te apures, seguro ahorita cae algún carro.
Justo cuando terminó de decirlo, un lujoso carro modelo Cullinan se detuvo junto a ellas.
La ventana bajó, dejando ver un rostro de facciones marcadas; sus labios se movieron apenas y su voz, profunda y magnética, envolvió el aire.
—Úrsula.
Úrsula levantó la mirada.
—Israel, ¿qué haces por aquí?
—Voy camino a una junta y pasé por aquí de casualidad —respondió Israel mientras abría la puerta y bajaba del carro—. ¿A dónde van? Las llevo.
—No hace falta, vamos a pedir un carro. Tú ve a lo tuyo —respondió Úrsula.
—¿Por qué ese formalismo conmigo? —dijo Israel abriéndoles la puerta trasera—. Tengo tiempo de sobra, súbanse, chicas. Con este frío no es momento para estar esperando en la calle.
Dominika, rápida como siempre, se subió de inmediato y le hizo señas a Úrsula desde adentro.
—¡Ándale, Úrsula! ¿Para qué te haces la difícil con el señor Ayala? Sube ya.
Como buena amiga y “guardián del amor”, Dominika estaba lista para protegerlos y, de paso, darles más tiempo para convivir.

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