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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 308

Luz de los Mares era de ella.

Era el tesoro más preciado de la familia Ponce, pasado de generación en generación.

El acto de Úrsula era como si se burlara descaradamente de los Ponce, pisoteando su dignidad sin miedo.

Ella no podía permitir que Úrsula humillara así a la familia Ponce.

Además…

Si su papá se enteraba de que había perdido la Luz de los Mares, ¡la mataría!

Úrsula habló con tranquilidad, sin inmutarse.

—Señorita Ponce, fue usted quien propuso la partida y quien decidió la apuesta. ¿Acaso ya se le olvidó lo que dijo antes de que empezáramos? Si no lo recuerda, aquí todos los invitados pueden dar fe de ello.

Apenas terminó de hablar, los presentes la respaldaron de inmediato.

—La señorita Solano tiene razón, ya estamos grandes, hay que saber perder. Señorita Ponce, usted es la heredera de la familia Ponce, no puede darse el lujo de no aceptar la derrota.

—Liliana, si no quieres perder, mejor no quedes en ridículo.

—Eso, Liliana, no hagas el oso delante de todos.

—¿No eras tú la que decía que romper la palabra era cosa de gente miserable?

—¿Así son todos los Ponce?, ¡qué pena!

En un abrir y cerrar de ojos, toda la sala se volcó a favor de Úrsula.

Liliana se quedó inmóvil, como si le hubieran clavado agujas en la espalda, el rostro tan pálido que parecía a punto de desmayarse.

Antes de la partida, todos estaban de su lado.

¡Pero ahora!

Todos se habían pasado al bando de Úrsula.

¿Quién era esa mujer, en realidad?

Liliana la miró con tanta intensidad que parecía que podía taladrarla solo con los ojos.

Pero Úrsula, como si ni se diera cuenta de la mirada de Liliana, le entregó la Luz de los Mares al mayordomo que esperaba cerca.

—Guárdala bien.

—Como ordene, señorita Úrsula.

—¡Ami, te luciste! —Eloísa llegó sonriente, colgándose del brazo de Úrsula—. Eso es tener el porte de los Gómez.

—Gracias, abuelita.

Marcela se acercó detrás de ellas.

—Eso, Ami, ¿cuántas sorpresas más tienes guardadas que tu abuela no sepa?

Úrsula fingió misterio y le guiñó un ojo.

—Muchas, ya lo verán con el tiempo.

Marcela soltó una carcajada, contagiada por la chispa de Úrsula.

En ese instante, Úrsula volvió a ser el centro de atención, la luna que eclipsaba a todos. Alejandra, desde la distancia, sentía cómo la envidia la ahogaba.

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