Luz de los Mares era de ella.
Era el tesoro más preciado de la familia Ponce, pasado de generación en generación.
El acto de Úrsula era como si se burlara descaradamente de los Ponce, pisoteando su dignidad sin miedo.
Ella no podía permitir que Úrsula humillara así a la familia Ponce.
Además…
Si su papá se enteraba de que había perdido la Luz de los Mares, ¡la mataría!
Úrsula habló con tranquilidad, sin inmutarse.
—Señorita Ponce, fue usted quien propuso la partida y quien decidió la apuesta. ¿Acaso ya se le olvidó lo que dijo antes de que empezáramos? Si no lo recuerda, aquí todos los invitados pueden dar fe de ello.
Apenas terminó de hablar, los presentes la respaldaron de inmediato.
—La señorita Solano tiene razón, ya estamos grandes, hay que saber perder. Señorita Ponce, usted es la heredera de la familia Ponce, no puede darse el lujo de no aceptar la derrota.
—Liliana, si no quieres perder, mejor no quedes en ridículo.
—Eso, Liliana, no hagas el oso delante de todos.
—¿No eras tú la que decía que romper la palabra era cosa de gente miserable?
—¿Así son todos los Ponce?, ¡qué pena!
En un abrir y cerrar de ojos, toda la sala se volcó a favor de Úrsula.
Liliana se quedó inmóvil, como si le hubieran clavado agujas en la espalda, el rostro tan pálido que parecía a punto de desmayarse.
Antes de la partida, todos estaban de su lado.
¡Pero ahora!
Todos se habían pasado al bando de Úrsula.
¿Quién era esa mujer, en realidad?
Liliana la miró con tanta intensidad que parecía que podía taladrarla solo con los ojos.
Pero Úrsula, como si ni se diera cuenta de la mirada de Liliana, le entregó la Luz de los Mares al mayordomo que esperaba cerca.
—Guárdala bien.
—Como ordene, señorita Úrsula.
—¡Ami, te luciste! —Eloísa llegó sonriente, colgándose del brazo de Úrsula—. Eso es tener el porte de los Gómez.
—Gracias, abuelita.
Marcela se acercó detrás de ellas.
—Eso, Ami, ¿cuántas sorpresas más tienes guardadas que tu abuela no sepa?
Úrsula fingió misterio y le guiñó un ojo.
—Muchas, ya lo verán con el tiempo.
Marcela soltó una carcajada, contagiada por la chispa de Úrsula.
En ese instante, Úrsula volvió a ser el centro de atención, la luna que eclipsaba a todos. Alejandra, desde la distancia, sentía cómo la envidia la ahogaba.
—Sí me lo dijeron, pero no hay que tomarlo tan en serio, mucho menos pensar en una operación.
Leandro frunció el ceño, confundido.
—Pero la señorita Solano dijo que el caso de Aarón es grave y que si lo dejamos pasar, podría ser peligroso —insistió, mirando fijamente a su esposa.
Antonella mostró un gesto de desdén.
—Mira, Leandro, sé que te preocupa Aarón, pero, ¿de verdad crees que esa señorita Úrsula de la familia Solano sabe de medicina? ¡Por favor! Se divorció y ni siquiera terminó la prepa. Seguro solo escuchó por ahí que Aarón tenía algún problemita de salud y vino a asustarnos para quedar bien con nosotros.
Después de todo, Úrsula acababa de regresar a la familia Solano y no tenía una posición firme, mientras que los Blanco eran el socio más grande de los Solano.
Antonella continuó:
—La señorita Garza me regaló unas pastillas del Doctor X, especiales para el corazón. Si Aarón las toma quince días seguidos, no habrá problema, así que no te preocupes.
Leandro la miró con duda.
—¿Estás segura de que esas pastillas funcionan?
Antonella rodó los ojos.
—¡Claro que sí! Son del Doctor X, el médico más famoso. ¿Cómo no van a servir? Esas pastillas son tan valiosas que ni con dinero se consiguen. ¿Prefieres confiarle la salud de Aarón a una desconocida antes que a un experto de verdad?
—Está bien, tú encárgate. Yo ando ocupado estos días, así que dejo lo de Aarón en tus manos —respondió Leandro, cediendo, como era costumbre en esa casa donde ella mandaba puertas adentro y él afuera.
Antonella sonrió satisfecha.
—Te lo prometo, Leandro. Y cuando Aarón se recupere, hay que agradecerle a la señorita Garza. Si no fuera por las pastillas que me regaló, de verdad habríamos tenido que llevar a Aarón a cirugía.

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