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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 326

Si no fuera por eso, Antonella jamás habría mandado a sus dos hijas menores de edad a estudiar al extranjero.

Además, después de dar a luz a dos hijas seguidas, Antonella volvió a embarazarse. Pero cuando fue a hacerse el ultrasonido a los cinco meses, resultó que también era niña. Para evitar tener otra hija, Antonella abortó tres veces seguidas.

No fue sino hasta el sexto embarazo que por fin logró tener un hijo varón.

Para Antonella, su hijo era su razón de vivir.

Por eso mismo, Antonella era tan estricta con él.

Temía que, después de tanto sacrificio, su hijo creciera para no ser nadie en la vida. Le aterraba que él no cumpliera con las expectativas que había depositado en él.

Ella soñaba con que su hijo fuera alguien importante.

Pero ni en sus peores pesadillas imaginó que, algún día, perdería a su hijo justo por la manera en que lo había criado.

Al escuchar las palabras de Antonella, médicos y enfermeras se quedaron como estatuas.

¿Eso era lo que debía decir una madre?

¿De verdad había dicho: “¿Para qué sirven las hijas?”?

Estamos en pleno siglo XXI, ¿cómo es posible que todavía haya quien prefiera tanto a los hijos varones?

Nadie podía entenderlo.

En ese momento, Antonella cayó de rodillas frente a los doctores, suplicando:

—¡Doctor, se lo ruego, se lo suplico! ¡Salve a mi hijo! ¡Mi esposo y yo solo tenemos a este hijo! ¡Él es nuestra vida! ¡No podemos quedarnos sin él!

Antonella, como si no sintiera dolor alguno, golpeaba su frente contra el piso una y otra vez —¡pum, pum!—.

Los doctores se apresuraron a levantarla.

—Señora Blanco, por favor, no haga esto. De verdad, hemos hecho todo lo posible. Le pido que sea fuerte.

Esto no fue una desgracia inevitable.

Esto pudo evitarse.

Antonella también se abalanzó, llorando y gritando:

—Hijo, Aarón, mamá se equivocó. ¿Por qué no abres los ojos y miras a tu mamá? Dame otra oportunidad, ¿sí? Por favor, dame una oportunidad más. Prometo que voy a ser una buena mamá.

—¡Lárgate! ¡Lárgate de aquí! —Leandro empujó a Antonella con toda su furia—. ¡Esto es culpa tuya! ¡Si no fuera por ti, Aarón seguiría vivo! ¡Él no habría muerto!

Toda la rabia de Leandro cayó sobre Antonella.

Pero esta vez, Antonella no se quedó callada ni agachó la cabeza. Entre lágrimas, le dio una bofetada a Leandro y estalló:

—¡Leandro Blanco! ¡Piensa bien! ¿De verdad todo esto es culpa mía? ¿Tú no tienes nada de culpa? Tus piernas bien que sirven, ¿no podías subir a ver cómo estaba Aarón? ¡Eres su padre! Cuando te pido que fumes menos, nunca me haces caso. Puedes fumar a escondidas, ¿pero no podías también subir a ver a tu hijo a escondidas?

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