Tras decir eso, Agustín se fue con los dos empleados.
Mirando sus espaldas, Carina frunció el ceño con fuerza, su rostro lleno de ira.
¡Esto era el colmo! ¡El colmo de la insolencia!
No sabía cómo Santino entrenaba a su personal, pero que se atrevieran a desafiarla a ella, la futura esposa del jefe, era inaudito.
Gloria miró a Carina, con una expresión de nerviosismo.
—Cari, ¿qué demonios le dijo Úrsula a Santino? ¡Hizo que te abandonara a ti, su salvadora!
Gloria había pensado que Santino solo estaba molesto con Carina, que tarde o temprano volvería a pedirle perdón y que no había que darle importancia.
Pero ahora parecía que Santino iba en serio.
¡Realmente quería echarlas!
—Se equivocaron de persona. Seguro que esta bola de idiotas del hotel se equivocó de persona.
Para Carina, el hotel pretendía echar a otra persona; no tenía nada que ver con ella.
¡Era la novia de Santino! Y además, su salvadora.
Santino jamás le haría algo así. Imposible.
¿Equivocación de persona?
Al oír esto, Gloria frunció el ceño. Sentía que las cosas no eran tan sencillas como Carina pensaba. El Hotel Brillo del Alba era propiedad de la familia Gómez, y en los últimos días, todo el personal las había tratado con un respeto excepcional. Eso significaba que en el hotel ya sabían quiénes eran.
Carina se tranquilizó a sí misma, tratando de mantener la calma. Miró a Gloria.
—Tranquila. Solo tenemos que esperar a que Santino venga a disculparse.
»¡Y ya después nos encargaremos de esos empleaduchos!
Cuanto más pensaba Gloria en el asunto, más inquieta se sentía.
—Cari, ¿por qué no empezamos a empacar? Por si acaso… por si acaso…
Lo que seguía era obvio. ¿Qué pasaría si en media hora el personal del hotel de verdad las echaba por la fuerza?
—¡No hay que empacar nada! —dijo Carina con los ojos entrecerrados y un resoplido—. ¡A ver quién se atreve a meterse conmigo!
Ella era intocable. Quien se atreviera a tocarla, se arrepentiría.
Gloria asintió.
Unos minutos después, incapaz de quedarse quieta, Gloria se levantó.
—Cari, creo que de verdad deberíamos empacar nuestras cosas.
—Si quieres empacar, empaca lo tuyo —le espetó Carina, mirándola con desdén—. ¡Lo mío no lo toques!
Tenía plena confianza. Santino jamás le haría algo así.
Gloria se humedeció los labios secos.
—¿Estás segura de que no quieres que empaque tus cosas?
—¡No! —respondió Carina con firmeza.
—Bueno, está bien. —Gloria empezó a recoger sus pertenencias—. Empacaré lo mío primero.
Había traído muchas cosas y apenas terminó de guardarlas, volvió a sonar el timbre.
La media hora había pasado.
Al oír el timbre, Carina se levantó del sofá de un salto.
—¡Esta vez seguro que es Santino! —exclamó emocionada.
Al principio, había pensado en perdonarlo si se arrodillaba durante una hora.
Pero ahora… ¡una hora ya no era suficiente!



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