Y entonces, Marcela se arrepentiría. Pero ya sería demasiado tarde.
...
Mientras tanto, Bianca llegó en carro a la mansión de la familia Solano. Cuando llegó, Úrsula estaba en el jardín, regañando a su perro. Las rosas trepadoras estaban en plena floración.
—¡Amanecer! —decía la joven, con las manos en la cintura—. ¿¡Cuántas veces te he dicho que no comas porquerías!? ¿¡Por qué no me haces caso!?
¡Guau, guau, guau!
Amanecer bajó la cabeza, con una expresión de culpabilidad, como si dijera: "¡No me la comí! Solo la tenía en la boca, ni siquiera la tragué".
La gente de ahora era demasiado educada, ya no dejaba sus "regalos" por cualquier parte. Le había costado un mundo encontrar esa pieza seca, y no pensaba comérsela de golpe. Quería guardarla para saborearla poco a poco. ¡Pero su mamá lo había descubierto!
Temiendo que Úrsula no lo entendiera, Amanecer incluso le dio un golpecito con la pata a la "pieza".
Úrsula no pudo evitar reírse. Le dio un golpecito en el lomo con una varita.
—¿Y te sientes orgulloso de no haberla tragado?
Blanqui, el gato, que estaba sentado al lado de Úrsula, se lamía una pata mientras miraba a Amanecer con asco. ¡Qué perro tan repugnante! ¡Comiendo eso! Y pensar que a Amanecer le gustaba lamerlo a él… Sintió náuseas. ¡Ese perro muerto de hambre! ¡Si se atrevía a tocarlo de nuevo, le arrancaría las patas!
Al ver la escena, Bianca sacó su celular y tomó varias fotos. Eran preciosas, llenas de vida. El perro arrepentido, el gato asqueado y la madre enfadada.
Se acercó a Úrsula con una sonrisa.
—Úrsula, ¿qué pasa aquí?


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