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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 651

Al escuchar esa voz, todos levantaron la vista. De inmediato, una expresión de incredulidad se dibujó en sus rostros.

No podía ser…

¡Una muchacha tan hermosa no podía ser la nieta del viejo Fabián Méndez!

Al ver a Úrsula, el rostro de Fabián se iluminó con una alegría desbordante.

—¡Úrsula! ¡De verdad eres tú, Úrsula!

—Abuelo, te extrañé mucho.

Úrsula dejó sus cosas en el suelo y se fundió en un abrazo con él, con los ojos enrojecidos por la emoción. Los colegas de Fabián, conmovidos, lo miraban con una envidia sana. No solo era una joven hermosa, sino que además se notaba que tenía un gran corazón.

Fabián sentía algo indescriptible al ver a su nieta de nuevo. Notaba que había cambiado, pero no sabía decir en qué. Era como la transformación repentina que había sufrido tres años atrás, cuando su personalidad y sus costumbres dieron un giro de ciento ochenta grados. En aquel entonces, él lo atribuyó a la adolescencia. Por eso, incluso cuando todos la llamaban malagradecida, él nunca dejó de creer en ella.

Hacía un año, su fe había dado frutos al verla florecer de nuevo. Y ahora, Fabián sentía que se parecía cada vez más a la niña que recordaba de antes, como si la Úrsula de su infancia hubiera regresado de pronto.

Le dio unas palmadas en la espalda y le dijo con una sonrisa:

—Úrsula, ¿por qué no me avisaste que venías? ¡Habría ido a recogerte al aeropuerto!

Con un nudo en la garganta y los ojos llenos de lágrimas, ella respondió:

—Quería darte una sorpresa. ¿Funcionó?

—Claro que sí —asintió Fabián sin dudar—. ¡Por supuesto que funcionó!

Entonces, su mirada se posó en Álvaro Solano, que estaba a un lado. Abrió los ojos como platos, sin poder creerlo.

—Úrsula, este… ¿es tu papá?

Fabián solo lo había visto postrado en una cama, nunca recuperado. Verlo ahí, de pie frente a él, lo dejó tan atónito que pensó que estaba alucinando.

—Señor Méndez, mucho gusto. Soy Álvaro —dijo él, dando un paso al frente.

Fabián, todavía sin dar crédito, respiró hondo y le estrechó la mano.

—Álvaro, qué gusto. Vámonos a casa, en casa platicamos con más calma.

—Claro que sí, señor Méndez —asintió Álvaro.

Fabián se despidió de sus colegas y se fue con su familia. No tardaron en llegar a la casa. Apenas entraron, Álvaro se arrodilló ante él.

—Señor Méndez, gracias por salvarle la vida a Úrsula. Sin usted, ella no estaría aquí, y yo tampoco. Usted ha sido como un segundo padre para mí.

Fabián se apresuró a levantarlo.

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