Pedro, atrapado en medio del tumulto, tardó un segundo en reaccionar. Fue al ver el retrato en brazos del joven cuando comprendió.
Era Fernanda. Y ellos, su familia.
—Tú eres el hijo de Fernanda, ¿verdad? —dijo Pedro, dirigiéndose al joven—. Lamento mucho la muerte de tu madre, pero yo no soy un asesino. Ella se suicidó, su muerte no tiene nada que ver conmigo.
Las palabras de Pedro encendieron la furia de Mariano Navarro. Con los ojos inyectados en sangre, gritó:
—¿Que no tiene que ver contigo? ¡Claro que sí! ¡Si no la hubieras acusado de ladrona, ella no estaría muerta! ¡Tú la orillaste a esto! ¡Asesino! ¡Quiero que te arrodilles y pidas perdón!
Después de divorciarse, Fernanda le había dado su apellido a su hijo.
—¿Yo, un asesino? —replicó Pedro, indignado—. ¡Por favor, piensa con claridad! Tu madre se suicidó porque no soportó la culpa. Si no hubiera robado el diseño de nuestra empresa, ¿se habría matado? ¡Por respeto a su memoria no he presentado cargos, y ahora vienes tú a culparme! ¿Qué pretendes? ¿Sacarme dinero?
¡Gente ignorante y problemática! Pedro se arrepintió de no haber investigado mejor los antecedentes de Fernanda antes de contratarla. Jamás debió haber contratado a alguien de un pueblo pequeño. Y ahora, en lugar de una disculpa, recibía un intento de extorsión.
¿Extorsión? Mariano lo miró con un odio que parecía querer devorarlo. ¡Su madre estaba muerta! Y este hombre no solo no mostraba remordimiento, sino que además los acusaba de querer sacarle dinero.
—¡Mi madre no era una ladrona! —gritó Mariano, sus manos temblando mientras sostenía el retrato—. Cuando llegamos a Villa Regia, no teníamos a nadie. Dormimos en la calle, pero ella jamás robó ni un alfiler. ¿Cómo podría robar un diseño? ¡La estás calumniando! ¡Te vas a arrepentir!
—Si no robó nada, ¿por qué se suicidó? —respondió Pedro con una sonrisa burlona.
Estaba convencido de que solo querían aprovecharse de la situación para sacarle dinero. Tal madre, tal hijo.
—¡Se mató para demostrar su inocencia! —rugió Mariano, las venas de su frente marcadas por la ira—. ¡Estaba probando que no era una ladrona!
—¡Tu madre era una ladrona! —insistió Pedro—. He tratado con gente como tú. No creas que me sacarás un centavo. ¡Lárgate o te demandaré!
La rabia cegó a Mariano. Levantó el retrato de su madre y lo estrelló con todas sus fuerzas contra la cabeza de Pedro.

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