Bastien medía un metro noventa y tenía una barba espesa y descuidada.
Su aspecto era intimidante.
No solo asustaría a un criminal, sino que haría temblar a cualquier persona normal.
Pero Úrsula apenas levantó la vista para mirarlo y respondió con voz serena:
—Sí, soy Amelia.
Bastien asintió.
—Sospechamos que está involucrada en un caso de robo a casa habitación y secuestro. Por favor, acompáñenos.
Dicho esto, unas esposas frías se cerraron alrededor de las muñecas de Úrsula.
—Los mandó la familia Barragán, ¿cierto? Detener a alguien en plena calle sin pruebas… la Policía Real sí que hace un buen trabajo —dijo Úrsula, mirando las esposas en sus muñecas—. Solo un recordatorio: ahora mismo me dirijo al Castillo Blanchard para atender al príncipe Eliott. Si por su culpa la salud del príncipe se complica, ¿usted podrá asumir las consecuencias?
«¿Castillo Blanchard?».
«¿Príncipe Eliott?».
Al escuchar esto, Bastien soltó una carcajada.
Sus ojos estaban llenos de burla.
—¿Tú? ¿Una mocosa que viene de Mareterra va a ir al Castillo Blanchard a atender al príncipe Eliott? ¡Sigue soñando!
El príncipe Eliott era el próximo heredero al trono del País del Norte.
Ni siquiera una familia de la nobleza como los Avery podía compararse con la familia Blanchard.
¿Y Úrsula quién se creía que era?
¿Pretendía entrar al Castillo Blanchard con sus trucos de curandera?
Era ridículo.
Pero lo más importante era que el príncipe Eliott siempre había gozado de excelente salud; incluso había dado una entrevista hacía poco.
Si Úrsula iba a mentir, al menos debería inventar algo más creíble.
¿De verdad pensaba que por ser cercana a la familia Ramsey podía hacer lo que quisiera?
Tras decir eso, la mirada de Bastien se endureció de golpe y empujó a Úrsula.
—¡Compórtate! ¡Y no intentes hacerte la lista conmigo!
Acto seguido, subieron a Úrsula a una patrulla.
El sonido de la sirena se fue desvaneciendo a lo lejos, y el vehículo desapareció rápidamente de la vista.
Al llegar a la comisaría, Bastien le arrojó a Úrsula una declaración de culpabilidad.
—Firma tu confesión.
—No soy culpable, ¿por qué habría de confesar? —dijo Úrsula, sentada en la silla de la sala de interrogatorios. Su rostro sereno no dejaba ver ninguna emoción. Aunque era ella la que estaba siendo juzgada, su porte hacía que Bastien pareciera el verdadero criminal.

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