—Gracias, señora Blanco.
Después de brindar con la abuela Blanco, Álvaro llevó a su esposa e hija a brindar con otros mayores.
Mirando la espalda de Úrsula, la abuela Blanco susurró:
—Zaida, ¿te diste cuenta?
—¿De qué? —preguntó Zaida, confundida.
La abuela Blanco continuó:
—Esa Úrsula es bonita, sí, ¡pero está demasiado delgada! Seguro que con ese físico le cuesta tener hijos. Es más, ahora sospecho que se divorció de su exesposo porque no podía darle hijos y por eso la dejó.
Qué horror.
Como mujer, si no puedes tener hijos, ¿qué clase de mujer eres?
¡Era natural que el exesposo de Úrsula se divorciara de ella!
Zaida tosió levemente.
—Mamá, solo está un poco delgada, no inventes cosas.
—Es la verdad —insistió la abuela Blanco—. Pero aunque no pueda tener hijos, no me importa. Al fin y al cabo, ya tenemos a Félix.
Félix Blanco.
El hijo de Emiliano y su exesposa, que ya tenía doce años, era el adorado nieto de la abuela Blanco.
Antes, a la abuela Blanco le preocupaba que los hijos de otra mujer compitieran con Félix por la herencia.
Félix había sido criado por ella desde pequeño, así que lo quería mucho.
Ahora, al ver a Úrsula tan delgada, se sintió completamente aliviada.
Zaida se masajeó las sienes con frustración.
—Mamá, la señorita Solano solo está un poco delgada, ¿podrías dejar de imaginarte cosas?
Muchas veces, Zaida no entendía por qué su madre, siendo mujer, despreciaba tanto a otras mujeres.
La abuela Blanco le lanzó una mirada de reproche a Zaida.
Si su hija no estuviera casada con una familia importante de Villa Regia, ya le habría dado una bofetada.
Después de todo, desde el principio, Zaida no había dejado de criticar a Emiliano.
Definitivamente, el viejo dicho era cierto: hija casada, hija perdida.
¡Con razón todos querían tener hijos varones!
Menos mal que ella tenía un hijo y un nieto.
De lo contrario, esta hija rebelde la mataría de un disgusto.
***
En otro lado del salón, Dominika había conocido a un chico guapo.
En ese momento, estaban jugando a beber.
—Un trago, dos, tres, ¡a beber! ¡Jajaja, perdiste otra vez, bebe, bebe!
El chico aguantaba bien el alcohol.
Después de varios tragos, ni siquiera se sonrojó.
Y no hacía trampa, lo cual le gustó a Dominika.
Alan estaba a un lado, observando la escena con una mirada profunda.
Esa chica…
¿De qué estaba hecha?
¿Cómo podía llevarse bien con todo el mundo?
Era obvio que ese tipo no tenía buenas intenciones.
Si no, ¿por qué perdería a propósito contra ella?
—Hermano —dijo Santino, acercándose y poniendo una mano en el hombro de Alan—, ¿qué miras?
—Nada.
Alan le lanzó una mirada.

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