Tomás tenía la cabeza hecha un lío.
La envidia lo carcomía por dentro.
¿Cómo era posible que Fabián, un simple empleado encargado de la limpieza bajo sus órdenes, tuviera una nieta que superara a su propio hijo? Eso no tenía ningún sentido.
Su hijo, aunque no recibía la mejor educación del mundo, sí contaba con el apoyo de dos maestros reconocidos de una universidad famosa. En comparación con la educación de Úrsula, la diferencia era abismal, mil veces mejor, para ser honestos.
¡Vaya humillación!
Al ver cómo Fabián se alejaba más y más, Tomás escupió al suelo con desprecio.
—¡Bah! ¿Qué se cree ese tipo?
Estaba convencido de que, en el futuro, su hijo sería mil veces mejor que Úrsula y que la dejaría completamente opacada.
...
Mientras tanto, Úrsula acompañaba a Facundo y al director Sánchez rumbo a la Escuela Montecarlo.
Al ver que Úrsula completaba sus trámites de inscripción sin ningún problema, Facundo al fin pudo respirar tranquilo. Por fin, nadie les competiría el próximo año por el mejor promedio del estado.
Facundo le dio unas palmadas en el hombro a Úrsula y, con una sonrisa tan amplia que se le marcaban las arrugas de la alegría, le dijo:
—Úrsula, ve preparándote. En la ceremonia de inicio de clases, tú vas a dar el discurso representando a los mejores estudiantes del último año.
—Claro, Facundo —asintió Úrsula con una pequeña sonrisa—. Entonces, me retiro por hoy.
Facundo, ansioso, tomó las llaves de su carro.
—Úrsula, yo te llevo, ¿sí?
No podía permitir que la mejor promesa de la escuela anduviera sola por ahí.
—No te preocupes, Facundo, quedé de verme con alguien —respondió ella con tranquilidad.
Al escuchar eso, Facundo dejó las llaves y la acompañó hasta la puerta de la oficina.
—Úrsula, cuídate mucho en el camino, ¿sí?
No fue hasta que la figura de Úrsula se perdió en la distancia que la sonrisa de Facundo comenzó a aflojarse, aunque el brillo en sus ojos no se apagó.
¡Qué maravilla!
No solo era una chica con un desempeño académico impresionante, sino que también tenía modales y era atenta. Sin duda, era la clase de estudiante con la que cualquier maestro soñaba.


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