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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 94

Al escuchar que entre la multitud había un médico, todos se apresuraron a abrirle paso a Úrsula.

Pero cuando vieron que la persona que se acercaba era solo una chica de diecisiete o dieciocho años, las miradas de duda no tardaron en aparecer.

No era para menos.

Úrsula parecía muy joven, apenas una adolescente.

¿A poco ya habría entrado a la universidad? Los estudiantes de medicina debían estudiar cinco años y, aun así, solo podían ser asistentes. Para ser médicos de verdad, todavía necesitaban hacer una maestría o incluso un doctorado.

Con ese aspecto de niña, ni en el hospital la aceptarían como ayudante.

Sin prestar atención a las miradas, Úrsula se mantuvo impasible, como si nada la conmoviera, actuando con una calma envidiable. Revisó el pulso de la anciana con movimientos precisos, y luego sacó de su mochila un estuche de agujas para acupuntura, dispuesta a iniciar los primeros auxilios.

Bajo el sol abrasador.

Las agujas doradas destellaban con tal intensidad que a más de uno se le erizó la piel.

Cuando Úrsula estuvo a punto de clavar la aguja en el cuerpo de la anciana, una voz se alzó entre la gente.

—Oye, niña, ¿tienes licencia de médico? ¡Si le pasa algo a la señora, tú vas a tener que responder! Aquí hay un montón de testigos, no creas que vas a poder huir.

—La vida de una persona está en juego, niña, más te vale no hacer tonterías.

Úrsula respondió con serenidad, su voz firme:

—Tranquilos, soy heredera de una larga tradición médica y tengo todos los documentos en orden. La situación de la señora es crítica, necesita atención inmediata. De lo contrario, podría dejar de respirar en cualquier momento.

Al oírla, todos empezaron a mirarse unos a otros, intercambiando miradas cargadas de burla.

¡Vaya manera de presumir la de esta chamaca!

¿Que ella es heredera de una tradición médica?

¿Que tiene todos los papeles en regla?

Ni para mentir sirve.

—Si tú eres heredera de un médico famoso, entonces yo soy el mejor cirujano del mundo.

—Y yo soy el emperador de Roma.

—¡Ja, ja, ja!

Las carcajadas no se hicieron esperar.

Pero Úrsula no perdió la compostura. Nadie lograba sacarla de su centro. Con movimientos firmes y seguros, insertó las agujas en los puntos clave: la parte posterior del cuello, la muñeca y justo debajo de la nariz.

—Ni en treinta minutos va a lograr que despierte.

Alguien sacó su celular y puso el cronómetro.

Úrsula no discutió. Siguió concentrada, aplicando las agujas con destreza.

El tiempo avanzó, segundo a segundo.

—¡Ding!—

El cronómetro marcó los tres minutos.

—Niña, por más que lo niegues, eres una irresponsable. ¿No que la señora iba a despertar en tres minutos? ¿Por qué sigue así?

—¡Asesina!

—Hay que rodearla. ¡No podemos dejar que se escape!

La tensión en el ambiente se hacía cada vez más pesada.

Justo en ese momento, la anciana, que había estado con los ojos cerrados todo el tiempo, los abrió de pronto.

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