Esta era su única nieta, su tesoro… Si Vane tenía algo diferente, Luisa lo notaba al instante.
A Luisa se le llenaron los ojos de lágrimas.
Sin embargo, si Vanesa no le contaba las cosas por su cuenta, ella prefería no preguntar.
No quería revolver las heridas de su nieta.
—Te ves más delgada, en los videos no me había dado cuenta. ¡¿Cómo terminaste así?! —Luisa la miró de arriba abajo, llena de preocupación, y le pellizcó la mejilla con ternura—. ¿No has comido bien allá afuera?
—Claro que sí, abuelita, ¡ahora estoy muy sana!
—Eso ni tú te la crees, ni un poquito de carne tienes.
Mario, que estaba parado junto a la puerta, dejó escapar una leve sonrisa, pero enseguida puso cara seria.
—Bueno, ya estuvo, ¿van a quedarse en la puerta toda la tarde? Mejor pasen y seguimos platicando adentro.
...
En la mesa, había todo tipo de platillos que a Vanesa le encantaban, todos preparados especialmente por su abuelita y el chef de la casa.
Después de años sin probar la comida de casa, Vanesa sentía que no podía parar de comer. Su apetito se había encendido y no quería dejar ni una migaja.
Luisa no paraba de servirle más y más comida, mientras Mario, sin decir mucho, le llenaba el tazón de sopa cada vez que lo veía vacío.
—Qué bueno que estás de vuelta, hija —repitió Luisa varias veces, y aunque normalmente eso podría molestarle a cualquiera, Vanesa sentía que el corazón se le llenaba de calor cada vez que lo escuchaba.
Después de la comida, el cansancio la venció.
Se recostó en su cuarto, el que no pisaba desde hacía tanto tiempo, y se quedó observando la foto familiar que estaba sobre la mesita de noche.
Ahí salía ella de niña, con dos coletas y una sonrisa que parecía iluminar toda la habitación.
Su papá aparecía con un traje de esos elegantes; en aquellos tiempos, todavía era joven y el rostro le mostraba menos dureza y más alegría.
Su abuelita la abrazaba, y entre las arrugas de su cara solo se veía felicidad.
Y también estaba su mamá...
En la foto, su madre estaba junto a su padre. Sus ojos grandes y bonitos estaban llenos de cariño.
—Mamá —Vanesa murmuró, casi en un susurro, mirando la fotografía—, ya estoy de regreso.
De pronto, sonaron unos golpecitos suaves en la puerta.
Vanesa se levantó y abrió, encontrándose a su padre parado allí, con una taza de leche caliente en la mano y un gesto de incomodidad poco común en él.

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