Vanesa asintió con la cabeza.
Apenas Jaime contestó la llamada, la persona al otro lado del teléfono dijo algo que de inmediato le cambió la expresión.
—¿La información es confiable?
[…]
—Está bien, ya entendí. Regreso en cuanto pueda, no se preocupe, mantenga la calma.
Vanesa, al ver la seriedad en el rostro de Jaime, sintió cómo su propio ánimo se volvía más pesado.
Cuando él colgó, ella no tardó en preguntar:
—¿Presidente Morán, pasó algo grave?
Jaime la miró, esforzándose en suavizar la tensión en sus ojos.
—No es nada, señorita Galindo. Ya es tarde, mejor descanse. Yo tengo que irme.
Apenas terminó de hablar, sin darle a Vanesa oportunidad de decir algo más, subió al carro y se fue con prisa.
Vanesa se quedó con las ganas de preguntarle si podía ayudarlo en algo. Después de todo, le debía demasiados favores, y tarde o temprano tendría que saldarlos.
No esperaba que Jaime se marchara tan rápido. Eso solo podía significar que había ocurrido algo realmente importante.
El corazón de Vanesa se llenó de inquietud.
...
Cuando llegó a casa, se topó con su abuela en la sala.
—Abuela, ¿por qué no está descansando a estas horas? —preguntó enseguida.
—No podía dormir, así que salí a dar vueltas —respondió Luisa—. ¿Saliste hace rato?
—Sí... Es que el presidente Morán estaba afuera y estuvimos platicando de algunas cosas.
—¿El presidente Morán? Ah, Jaime —dijo Luisa con una sonrisa cálida—. Ay, ustedes los jóvenes, de verdad, a estas horas de la noche...
—Abuela, no es lo que piensa...

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