Mariano la miró desconcertado.
—Amor, ¿qué te pasa?
Siempre se despedían con un beso antes de irse. Como estaban en el carro y no quería besarla ahí, solo le dio un beso en la frente.
—No es nada —dijo Begoña mientras agarraba una servilleta para limpiarse la marca húmeda en la frente—. Se me arruinó el maquillaje.
Él le creyó sin más.
Mariano se inclinó hacia ella.
—Amor, maneja con calma. Cuando llegues a la oficina mándame mensaje.
Miró la hora en su reloj.
—Voy a firmar un contrato. Cuando salga, vamos juntos por Agustín y regresamos a la casa.
—Mi mamá está tan feliz porque vamos a volver a vivir allá, que mandó a la cocinera a preparar todos tus platillos favoritos.
Begoña miró por el retrovisor y vio a Iván parado en la banqueta. Respondió a Mariano casi en automático.
—Está bien.
Mariano la vio manejar hasta perderla de vista, luego se dirigió a la SUV que estaba estacionada.
Iván también subió al carro.
La SUV siguió el tránsito hasta llegar a la zona residencial de Pinares del Alba.
Rosario esperaba en la puerta de una de las casas, y apenas los vio, corrió a abrazar a Mariano con una emoción desbordante.
Detrás de Rosario, se encontraba otra mujer.
Era Margarita, quien había salido antes del restaurante.
Las risas y las voces se escuchaban cuando todos entraron juntos a la casa.
Begoña los siguió a cierta distancia y, al llegar, vio todo con sus propios ojos.
Se quedó paralizada. Sin darse cuenta, apretó el volante con tal fuerza que se le pusieron los nudillos blancos. No podía creer lo que veía.
¿Por qué Margarita estaba ahí?
En su mente se arremolinaron recuerdos: Margarita siempre la defendía, insultaba a Rosario llamándola oportunista, prometía que si la veía otra vez, la golpearía. Era su mejor amiga, ¿cómo podía convivir tan campante con la mujer que había arruinado su familia?
Begoña cerró los ojos con fuerza, sintiendo cómo le ardían, aunque ya no tenía más lágrimas para llorar. Igual sus ojos estaban empapados.
No podía aceptar lo que veía.
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