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La Desaparición de la Esposa Hacker romance Capítulo 3

Begoña salió del jardín de niños. El mayordomo, al notar que ella lucía decaída, le propuso:

—Señora, ¿a dónde piensa ir? Si quiere, la llevo en el carro.-

¿A dónde podía ir?

Hace mucho que estaba sola en el mundo, sin familia ni gente cercana. El único lugar al que podía ir, era ese.

—No hace falta.

El mayordomo la vio alejarse, con una sensación extraña, como si algo no encajara.

En ese momento, sonó su celular.

Del otro lado, la voz de la empleada doméstica sonaba temblorosa y asustada:

—¡Señora, la señora descubrió el secreto del señor!

La empleada se había asustado al ver el estudio hecho un desastre.

El mayordomo fue de inmediato a contarle la noticia a la abuela.

...

Begoña conducía su Panamera, acelerando por la autopista, dejando atrás el bullicio de la ciudad y adentrándose en las montañas.

Mientras tanto, en la sala de descanso de la presidencia del Grupo Guzmán.

Mariano y Rosario seguían enredados entre las sábanas. El celular de la mesita de noche empezó a sonar.

Mariano lo tomó y revisó la alerta: en la pantalla, un punto rojo se alejaba cada vez más.

—¿Amor, Agustín ya casi termina su clase de box, verdad? —Rosario lo abrazó por la espalda, su voz dulce y tentadora.

Mariano apartó a Rosario, sin dejar de mirar el punto rojo que se alejaba del centro. Al escuchar ese “amor”, sintió un malestar indescriptible, como si algo muy valioso se le escapara.

—No vuelvas a llamarme así.

Su voz sonó seca, tajante.

Nadie tenía derecho a llamarlo así, salvo su Bego.

Se había dejado llevar por el momento. No volvería a cometer ese error.

Se subió el pantalón de vestir y salió sin mirar atrás.

Al quedarse sola, la sonrisa complaciente de Rosario se desvaneció de golpe. De un manotazo, aventó al bote de basura la foto de Mariano y Begoña que estaba sobre la mesa de noche.

Era más joven y atractiva que Begoña, y en la intimidad complacía más a Mariano. Incluso Agustín empezaba a preferirla.

¿Entonces por qué Mariano seguía tan pendiente de Begoña?

El calor de su cuerpo intentaba derretir el hielo que se había formado en el corazón de Begoña, pero ya nada podía devolverle el calor.

Percibió en él el aroma de perfume de margaritas.

Era el que usaba Rosario.

—¿Y qué te preocupa tanto?

—¿Acaso hiciste algo que no me puedas contar y tienes miedo de que lo descubra y me aleje de ti?

Begoña lo observó con detenimiento, buscando alguna señal en su cara.

El rostro de Mariano se volvió serio. Levantó tres dedos al cielo y juró:

—Amor, te lo juro aquí, frente a la tumba de tu mamá: nunca te he traicionado, ni lo he hecho antes, ni ahora, ni lo haré jamás. Si llego a fallarte, que me parta un rayo.

Apenas terminó de hablar, el cielo retumbó con un trueno que hizo que hasta Mariano se estremeciera.

Hasta el mismísimo cielo parecía querer desenmascarar su mentira.

Begoña pensó en todos esos años en los que él la había engañado a sus espaldas, mientras aún le susurraba palabras de amor.

Sus grandes ojos almendrados destilaban una tristeza gélida.

—No hace falta que te parta un rayo… sería un desperdicio para el cielo.

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